Minerva



(Año XIV Número XIV - 2014)

La migración Dominicana a la Argentina tiene rostro de mujer. Miles de caribeñas viajan en busca de una vida mejor, pero la prostitución es la única salida cuando todas las puertas se les cierran. Y la historia de Minerva es así…


por Noelia Ramírez



Parece parte del paisaje. Hace 14 años que Minerva está ahí, parada en la puerta del hotel transitorio como quien tiene raíces que la fijan al suelo. Solo cuando llega algún “cliente” ella deja su puesto para ocuparlo nuevamente unos minutos más tarde.

Puede ser de mañana o de siesta o cuando ya está oscuro, en verano o en invierno, siempre se la ve parada ahí, en el mismo sitio.

-Yo nunca me imagine que era esto lo que iba a hacer en este país. – dice señalando con sus manos esas raíces invisibles que parecen atarla a ese lugar.

Cara redonda, cabello largo. Los dientes del frente separados al estilo Luis Miguel. Siempre una sonrisa en esos labios rojos. Tiene luz en la mirada, un brillo que refleja y no permite descubrir la tristeza profunda que habita en sus ojos. Así es Minerva, tez mulata, mujer madura.

Son las 16,30 y el viento helado de agosto hace sentir con fuerza la gravedad del invierno. Ahí parada, entre el sonido ensordecedor del centro del barrio de Constitución, Minerva cuenta su historia.

Es una de las tantas mujeres que formaron parte de la primera ola migratoria en nuestro país procedente de República Dominicana. Según el informe que publicó en 2003 la Organización Mundial para las Migraciones (OIM), titulado “Migración, prostitución y trata de mujeres dominicanas en la Argentina”, entre 1995 y 2002 entraron al país entre 12.000 y 15.000 ciudadanos de República Dominicana, una migración sobre todo femenina. Según esta fuente, en ese momento, casi el 60% se dedicó a la prostitución.

-Acá no te queda de otra. Las cosas no son fáciles para el que llega. Acá le discriminan a uno, y como no tenés documento tenés que salir a la calle porque nadie te da trabajo. – Ella está en situación de prostitución. Inmigrante, mujer, afro-descendiente, semi-analfabeta, bonita, ilegal. El combo perfecto que la arrojó a la calle.

Los motivos para emigrar: una casa, un futuro mejor para sus 2 hijas. Era ella sola contra el mundo. ¿Por qué no probar suerte donde dicen que hay dólares? Ella sabe trabajar, siempre lo hizo.
Hace 14 años, desde que llegó a la Argentina, vive en Constitución. Se mudó varias veces pero siempre en el mismo barrio: hotel familiar con olor a humedad, pieza sin ventanas, cocina y baño compartido, por mes: $2400.

A las 9 o 10hs. llega a su “parada” y no se va hasta las 18hs en invierno y puede ser más tarde en verano. Todos los días. También los domingos.

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Allá en Dominicana, en el 2000, Minerva tenía su casita en un barrio de Santo Domingo y una deuda de hipoteca a punto de vencer.

-Dios pasó su mano y antes que se venza la hipoteca pude vender la casa. Con ese dinero pagué la deuda y con lo que quedó saqué el billete para el viaje. Tomé a mis hijas y una se quedó con la familia del papá y la otra con mi mamá. Dejé a mis hijas en la calle. Ya no tenían casa.

República Dominicana queda a 6.022 Km de Buenos Aires, un vuelo de no menos de 12 horas. Es un país del Caribe con playas paradisíacas y un nivel de pobreza en aumento. En el informe de 2013 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la pobreza era del 41,2% y la indigencia afectaba al 20,9% de la población.

En su país ella lavaba y limpiaba, cada día trabajaba en una casa diferente. Fue mucama y moza. Siempre trabajó para salir adelante.

-Yo era sola trabajando. Los hombres, tú ya sabes, solo colocan a la mujer, la preñan y luego se desentienden.

A sus hijas les pasó lo mismo que a ella. La mayor tiene 2 hijos y la menor una hija. Ambas están solas.
En realidad, no están solas. Tienen a Minerva que les manda dinero todos los meses, dinero que recauda con la prostitución. Dice que es su responsabilidad, para que no sufran ahora lo que pasaron de niñas.
Con lo que recaudó en los primeros años pudo volver a tener una casita en Dominicana pero esta vez en un lugar más precario.

-Ahora mis hijas tienen una casa para ellas y los muchachos. Es muy feo dejar a la hija de uno con otra gente, no sabes lo que sufrieron.

Como ella misma dice, ahora sus hijas ya son grandes, pero asumió la responsabilidad por los nietos.

-Yo las voy a apoyar en todo para que estudien y salgan adelante. La mayor está estudiando psicología y  la pequeña pronto se recibe de enfermera, si Dios quiere.

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Puerta Abierta Recreando (PAR) es una organización que acompaña a mujeres en situación de prostitución. Pertenece a Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, una congregación religiosa de la Iglesia Católica. Tienen una amplia trayectoria en esta misión que comenzó en España hace 150 años. La Organización se inauguró en 1992, sus operadoras hace 14 años que conocen a Minerva.

Todas las semanas las operadoras de campo de esta institución salen al encuentro de las mujeres que se encuentran en situación de prostitución, recorriendo las calles del barrio de Constitución.

-Un día nos dijo que uno de sus sueños es poder leer bien la revista, lo que cuentan sus compañeras.  Pero no logra abandonar la parada para asistir al taller de alfabetización, aunque la venimos invitando desde hace años.- comenta una de las operadoras de la institución.

Minerva es semi-analfabeta. Fue a la escuela, un tiempo, pero no logra desenvolverse con la lecto-escritura. Según los datos del censo de población y vivienda realizado en el año 2010 en República Dominicana, el 13% de la población es analfabeta.

-Cuando la invitamos al Centro de Día ella dice “yo tengo que estar acá porque tengo una responsabilidad, para mí no hay tiempo todavía.”- Recuerda otra operadora.

Para la organización Puerta Abierta Recreando, la migración y el analfabetismo son factores fuertemente presentes en el fenómeno de la prostitución.  Más del 70% de las mujeres que asisten a su Centro de Día y que visitan en las calles de los barrios de Once, Flores y Constitución son dominicanas.

***

La cuidad intranquila e insegura se mueve a ritmo de maratón en un ruido infernal. La gente corre, cuida sus bolsos y mochilas de los pungas y rateros. Sale un tren detrás de otro. Algunos llegan y otros se van. Las ofertas de chipa, café, magos, brujos, dinero, droga, sexo, son incesantes. El Barrio de Constitución es una amalgama de relaciones: trabajadores y mendigos, pungas y mulas, policías y ladrones, santos y pecadores.
-¡Hace frío! - Pasa un hombre, la mira y se frota las manos.

-¿Tenés frío? ¿No querés pasar a calentarte un rato? ¡Dale, vamos!- invita Minerva con voz seductora.

-Después paso.- el hombre acelera el paso.

Un tiempo más tarde el “cliente” pasará nuevamente, la puerta del hotel se abrirá y Minerva dejará su puesto por un momento.

Mientras él se aleja Minerva vuelve a retomar su relato en el mismo lugar donde lo había interrumpido.

-Dejé a mis hijas sin casa. Yo soy madre. Ya sé que esto no es bueno, pero no le hago mal a nadie.

Hay otra interrupción. Otro hombre se acerca, la saluda y le ofrece lo que lleva en la mano.

-A mí ni me preguntes, vos ya sabés que no ando en esa.- El hombre se excusa y sigue camino. Todo parece indicar que reparte y vende droga.

-Por eso estoy sola, prefiero ser la oveja negra. Yo no arruino vidas, yo alegro vidas.
Pero suena contradictorio la alegría que proclama y sus ojos tristes.

-Una no hace esto porque quiere. Yo tengo un compromiso y una responsabilidad. A mí me pueden decir que mis hijas ya son grandes, pero yo soy madre y ahora también están los muchachitos. Yo estoy acá hasta que ellas salgan adelante.- Otra vez señala con sus manos el suelo con tanta fuerza que es posible imaginar unas cadenas pesadas e irrompibles.

Ante la pregunta de hasta cuándo piensa quedarse, ella responde:
-Retirarme de acá, de esto, pienso hacerlo cuando mis hijas estén bien. Volver a Dominicana, a quedarme, no creo. La casa es de mis hijas. Yo ya no tengo nada allá.

Minerva parece estar pagando una culpa ancestral tan poderosa que hasta postergó su vida. No es una mujer libre, ni siquiera se siente con derecho a cuestionar su suerte.


-Para mí nada viene de arriba, todo es esfuerzo. Lo único que recibo de arriba es la bendición de Dios que hace que nada me pase.- Esta vez sus manos señalan el cielo.