Mamá se planta

Por fuera de la medicina tradicional,
Valeria encontró esperanza para su hijo
en una planta milenaria e ilegal.

por Verónica Avendaño


Apenas había pasado el mediodía cuando Valeria, espigada, movediza pero de paso firme, llegó al anexo del Congreso Nacional. Su largo y negro cabello se confundía con la campera y remera de igual color. Las oscuras ojeras delataban su cansancio. Encendió el micrófono y con voz amorosa pero segura, se dirigió a los legisladores de la Comisión de Salud:


–Que haya valido de algo todo el sufrimiento que pasamos.

Antes de ser la presidente de la ONG Mamá Cultiva Argentina y ponerse al hombro la causa de la despenalización del cultivo de cannabis, Valeria era ama de casa. Pero su vida quedó patas para arriba cuando a su hijo más pequeño, Emiliano -hoy de 10 años-, le diagnosticaron autismo, además de sufrir convulsiones desde su nacimiento, condición que padece un tercio de los autistas.

Una condición complica a la otra. Las crisis, es decir los ataques epilépticos, pueden durar segundos o pocos minutos. Emiliano, al igual que muchos chicos, no tenía un solo ataque al día. Podía tener cien o más.

Todas estas descargas, caracterizadas por movimientos bruscos, inesperados y hasta pérdida del conocimiento, dificultaban su desarrollo cognitivo, lo atrasaban. La motricidad fina, indispensable para hacer movimientos con precisión, también se vio perjudicada.
Tanto Valeria como su esposo Jorge nunca bajaron los brazos. Desde que Emiliano era bebé, las visitas a neurólogos y psiquiatras fueron habituales. Los medicamentos para controlar las crisis no daban resultados. Emiliano es uno de los 60 mil pacientes con epilepsia refractaria del país.

Los chicos son tratados como conejillos de indias. El topiramato fue uno de los tantos anticonvulsivos probados en Emiliano, pero lo ponía agresivo. Aumentaba la irritación propia del autismo. Con el corazón en la garganta, Valeria se preocupó por su conducta.
–El neurólogo nos dijo “es normal” y le dio un antipsicótico para evitar que se golpeara.

La agresividad no era el único síntoma. Una de las cosas que más preocupaba a Valeria era la falta de conexión de su hijo con el entorno. Sin posibilidad de hablar, con la mirada perdida, no podía seguir a su mamá cuando intentaba comunicarse.

Para noviembre de 2014, una noticia  sorprendió a Valeria. La revista de cultura cannábica THC mostraba en la tapa una mamá chilena, igual a ella, que con un grupo de padres se había organizado para buscar una alternativa para sus hijos con epilepsia, entre otros síndromes y enfermedades.

–Con los remedios indicados Emiliano no tenía convulsiones, pero era un nene que babeaba, que miraba la nada. Estaba dopadísimo.-recuerda Valeria.
Aún no era el momento.

***

Año 2.737 A.C. Casi 5 mil años hay que retroceder para encontrar la primera mención sobre el uso terapéutico del cannabis. El emperador chino ShenNung, conocido por probar en sí mismo las plantas que estudiaba, escribió en la farmacopea Pen Ts´ao: “El cáñamo -cannabis- tomado en exceso hace ver monstruos, pero si se usa largo tiempo puede comunicar con los espíritus y aligerar el cuerpo”.

Pese a su ancestral utilización, recién en Israel, durante los ´60, surgió el interés por estudiar la composición del cannabis. Un profesor israelí, poco conocido en el mundo científico, de contextura pequeña y pícara sonrisa se propuso averiguarlo. Su nombre, Raphael Mechoulam.

El tema no era investigado. Las políticas prohibicionistas sobre el cultivo y los usos del cannabis regían desde la primera mitad del siglo XX. Por eso, en la mayoría de los países los científicos interesados en su estudio estaban desprotegidos.

En Israel era posible conseguir cannabis a través de la policía con permiso del Ministerio de Sanidad. Mechoulam no dudó. En 1963 puso manos a la obra. Para conseguir la preciada sustancia debía trasladarse 28 km en colectivo desde Rehovot, donde trabajaba en el instituto Weizmann, hasta Tel Aviv.

–Al regreso, subí al autobús y después de unos minutos la gente comenzó a preguntar qué era ese olor. Es un olor singular. Viajaba con 5 kg. de cannabis en mi maletín- cuenta el científico israelí en un documental televisivo.

Luego de varios meses, el trabajo de Mechoulam y su equipo dio sus frutos. Lograron extraer el elemento activo, el delta-9-tetrahidrocannabinol -más conocido como THC-, y otros 10 componentes. El desarrollo sentó las bases para probarlo en pacientes oncológicos, epilépticos, con Alzheimer, entre otros. Hasta el momento, pese al éxito en los estudios, sólo pudo probarse en grupos pequeños de pacientes.

Sin embargo, el próximo descubrimiento debió esperar 20 años. En la década del 80, en Saint Louis (EEUU), la Dra. Allyn Howlett encontró el primer receptor humano del THC. Lo llamó receptor de cannabinoides tipo 1 (CB1). La sustancia activa del cannabis, el THC, funciona como una llave en el receptor-cerradura que descubrió Howlett.

El descubrimiento sacudió al mundo científico. ¿Por qué hay en el cerebro humano receptores de una sustancia que se fuma? La respuesta es que no están destinados al cannabis, sino a un material producido por los humanos con una acción similar a la de la planta.

***

Era enero de 2016, Valeria tomó la decisión.  Se había quedado sin anticonvulsivo, producto de las idas y vueltas que le exigían la obra social y la farmacia. Cansada de esa burocracia estéril que le ponía trabas, ese sábado se comunicó con un cannabicultor para conseguir el aceite.

En su casa de Parque Patricios, Emiliano estaba en el comedor, frente a la televisión. Ella lo miraba. Reflexionaba sobre qué iba a pasar. La idea de una nueva crisis era más fuerte que el miedo a que su hijo estuviera atontado por el cannabis. Respiró profundo, se acercó a Emiliano y le dio el aceite. Puso debajo de su lengua una gota del tamaño de un granito de arroz como había leído en la revista de cultura cannábica.

Vigiló la conducta de Emiliano, atenta a cualquier reacción.

Pasaron los minutos y como nada la preocupó fue a la cocina a guardar el dosificador  Una carcajada la sorprendió porque sólo ella y Emiliano estaban en la casa.

- Emiliano no estaba frente a la televisión. Mmmmiraba la tele. Se reía como nunca antes se había reído, mirando los dibujitos -recuerda Valeria.

En ese momento, mientras la Pantera Rosa hacía de las suyas, Valeria supo que era Mamá Cultiva Argentina.

Ella no estaba sola, pero todavía no conocía a otras personas en su situación. Por eso, Valeria contactó a Paulina Bobadilla, la mamá de la portada que la inspiró como a tantos padres. La chilena intervino cual hada madrina y los puso en contacto. En pocas semanas, era oficial.

–A mí no me enseñaron a quedarme con un saber y no compartirlo -se alza Valeria que, para la presentación de la ONG el 7 de abril, ya era la voz de todos los papás.

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El aporte de la Dra. Howlett prendió una lamparita en su colega israelí. A comienzos de los ´90  Mechoulam decidió que debía encontrar el “cannabis humano”. Conocida la semejanza con la anatomía de los cerdos, tomó una decisión. El estudio se haría con cerebros de estos animales.

Después de dos años de investigaciones, lo encontraron. Eran unas pocas gotas al final del tubo de ensayo, pero ahí estaba. Necesitaba un nombre. Bill Davane, miembro del equipo de Mechoulam, propuso usar como prefijo la palabra “ananda” que significa “dicha” en sánscrito. La anandamida o “cannabis humano” ya tenía nombre oficial.

Esta sustancia y el THC de la planta del cannabis cumplen funciones similares como la protección de células, el aumento de la función inmune, la regulación tanto en la percepción de dolor como en las funciones cardiovasculares, gastrointestinales y hepáticas.

La principal actividad del sistema endocannabinoide es la neurotransmisión, es decir la comunicación entre células. No sólo se encuentran en el cerebro sino también en los órganos y en los tejidos corporales.

Mechoulam pudo corroborar lo que sospechaba. La presencia de los receptores -CB1 predominantes en el cerebro y CB2 en el sistema inmunológico y resto del cuerpo- y sustancias como la anandamida forman parte de un sistema complejo llamado endocannabinoide.

Este sistema es el que se ve afectado por la planta de cannabis. Luego de su consumo -independientemente del modo- estos receptores se activan y se producen efectos de forma general en el organismo y no en un órgano particular como con el “cannabis humano”.

–Los médicos nos mintieron. Nos dijeron que era la única forma de vida posible y no es así- reaccionó Valeria frente a la Comisión de Salud del Congreso nacional.

***

Sólo seis meses habían pasado de aquel sábado de enero que Emiliano probó el aceite de cannabis. Ella ya no era una mamá enfermera, sino una mamá cultiva.

–Tengo que hablar por ellos que no pueden hablar. Los hijos son hijos de todas. Así concebimos la vida. Nos vemos reflejadas en todas las madres, en ese padecimiento tan innecesario- dice con energía Valeria a quien quiera escucharla.

Emiliano cambió. Ya no se golpeaba contra las paredes ni se arrancaba las uñas. Las convulsiones siguieron bajo control. Dejó uno de los tres anticonvulsivos que tomaba y está en proceso de dejar otro. Aprendió a andar en bicicleta. Arma rompecabezas sin dificultad. Su terapeuta se sorprendió cuando en lugar de enojarse, tomó las piezas y en pocos minutos solucionó el juego. Ella sabía que algo pasaba. El contacto con el entorno se había intensificado.

A Emiliano siempre le gustó Kapanga. Su música lo relajaba. A partir del aceite, los escucha y baila. Intenta cantar. Sigue el ritmo. El brillo en sus ojos despertó una idea en las Mamá Cultiva.

– ¿Qué no harías por tu hijo?- comentó el “Mono”, cantante de la banda oriunda de Quilmes, con las madres en el escenario durante un recital en Monte Grande.

Al poco tiempo Las Pastillas del Abuelo y Los Tipitos también prestaron el micrófono. El rock dijo presente y plantó bandera. Los grandes medios no les dieron la espalda. Durante el prime time de noticieros de aire y cable, padres como Valeria tuvieron la posibilidad de contar su historia. También la de la planta que no discrimina entre uso medicinal y recreativo. Incluso, si no fuera por los cannabicultores, muchos chicos hoy no tendrían aceite.

–Ver el brote con sus dos hojitas en el vasito es una de las cosas más hermosas que me pasó en la vida. - señala Valeria con su voz desgarrada.

Algunos pacientes, con fibromialgia o Parkinson, pueden cultivar y esperar a que la tierra dé sus frutos. Otros, como los oncológicos, no tienen tiempo. Cada día cuenta. Allí es donde la agrupación y los cultivadores no dan abasto.

“Los médicos somos absolutamente ignorantes: el saber del cannabis no lo tenemos nosotros, lo tienen los pacientes”, admitió públicamente el Dr. Carlos Magdalena, jefe del servicio de Neurología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Sus declaraciones pusieron de manifiesto el cambio de paradigma que se está registrando en la relación del saber entre los doctores y los pacientes sobre este tema.

Chubut y Santa Fe dieron un paso adelante e incorporaron el aceite de cannabis al vademécum de las obras sociales de los empleados públicos Seros e Iapos, respectivamente. Sin embargo, la ley no considera a la planta, solo al aceite “Charlotte Web” que debe importarse de Estados Unidos.

Valeria es la punta del iceberg, la cara visible de la organización. Para ellos, la clave va más allá de la posibilidad del cultivo individual y colectivo. La piedra fundamental es la educación y el acceso a la información sobre la planta y sus alcances.

–Lo que me lleva a defender a la planta con alma y vida es que vi a Emiliano. Me alcanzaba y me sobraba. Pero también vi otros 50 casos, mucho más graves.

En menos de un año, este grupo de padres puso en el centro del debate la legalización del cannabis, algo que las organizaciones de cannabicultores no habían logrado en décadas de trabajo. Pero la lucha no termina para Mamá Cultiva. Recién comienza.