Los pajarólogos

por Sofía Belén Soria



En medio de los gigantes de vidrio y de acero de la Costanera Sur se asoma una reserva ecológica que parece un paisaje de Cuentos de la Selva de Horacio Quiroga. En cada rincón emerge la vida sin artificios, salvaje y enigmática. Allí  se han avistado al menos unas 250 especies de aves más un centenar de anfibios, reptiles, mamíferos y mariposas que habitan tanto en el cielo como en el agua ignorando los bocinazos del afuera.

La vegetación formada por palmeras, pastizales altos y secos y árboles representa un hogar para los pájaros. Estos inquilinos construyen sus nidos en lo alto, cuanto más cerca del cielo mejor. En este sentido, no son tan distintos a sus vecinos humanos que habitan los rascacielos cercanos.

Los insectos se mueven constantemente. Las libélulas anuncian con un zumbido que pronto vendrán tormentas, una araña pollito cruza ajena a las marcas del sendero dispuestas para los humanos y las mariposas permanecen quietas por un largo tiempo  sin temor a los flashes y a las cámaras que les apuntan. Todos descansan al sol, lo disfrutan.

A pesar de que el cielo está despejado, el frío matinal se hace sentir e invita a una parte de la población a ocultarse. Los reptiles, como la peligrosa yarará y los lagartos, se resguardan de las bajas temperaturas y despiertan con el despuntar de la primavera. Falta mucho para eso.

Hay una especie que no figura en las enciclopedias de fauna y flora pero que se destaca en el paisaje urbano: los observadores de aves. Están preparados para la aventura, llevan los binoculares y la cámara fotográfica colgados en el cuello, el trípode sobre el hombro y la indispensable botella de agua. Son más de ochenta millones de personas las que realizan avistaje alrededor del planeta.

Las razones son muchas, hay quienes buscan pasar más tiempo al aire libre, descubrir aves que nunca han visto, aprender algo nuevo con la ayuda de un guía. Para otras personas, inclusive, actúa como terapia para superar la depresión o reúne a la familia en una actividad más que placentera.

Martina, la observadora más pequeña, pregunta con curiosidad a sus papás los nombres de las aves. Cuando las reconoce, anota en letra cursiva en un cuaderno rosa. Los observadores llevan libretas en las que registran información de cada especie,  algunos con el logo de Aves Argentinas en la tapa, reconocible por la pequeña ave silvestre que observa desde el fondo turquesa.

***

Desde que se jubiló, Mónica retomó un amor que la remite a su infancia: su papá dibujaba pájaros. Ella prefiere el avistaje. Adora el colorido mágico de las aves y considera que son los animales menos vulnerables, ya que pueden volar lejos si así lo desean. En sus años como maestra, llevaba a los niños del jardín a visitar la reserva para que conocieran cara a cara a los animales que sólo veían en los manuales de biología, transmitiendo el legado paterno.

La experiencia visual se complementa con el perfume a hierba fresca y el aroma de las semillas de las cortaderas. Se oye el crujido de las hojas y de las ramas que se mecen con el viento fresco de junio. Los pájaros dialogan mediante gorjeos para mantener el contacto con más ejemplares o marcar el territorio cuando se sienten amenazados.

Patricia y José experimentaron el primer avistaje de aves en un viaje, casi por accidente, hace cuatro años.  Durante el almuerzo, en una estancia en Formosa, Patricia acompañó a su hija al baño y al regresar el comedor estaba vacío. La aguardaba su esposo con la extraña noticia: todos habían salido corriendo al grito de ¡Calancate de Frente Dorada!, una especie poco común. La curiosidad fue el punto de partida.

En contraste con los shows esquemáticos de entretenimiento que ofrecen los parques acuáticos, aquí cada día es único. En esta mañana las gaviotas capucho café y los macá grande planean sobre el Río de la Plata poblado de aves acuáticas. En el espejo de agua habitan decenas de patos capuchinos marrones, una gallareta común espía a los forasteros desde de los juncales y un macá común, que luce muy parecido a un pato, se zambulle.

Cuando el amigo de Pablo decidió regalarle unos binoculares no pensó que estaba abriendo la puerta a lo desconocido. Hoy, el muchacho de 30 años, lleva en el bolsillo la guía de identificación de aves a todos lados. Tiempo atrás, en la sede de Agronomía de la UBA usó su regalo para entretenerse en un rato libre y descubrió varios ejemplares de cardenal en el campus. Más tarde se topó con un stand de la ONG Aves Argentinas y así llegó al Club de Observadores (COA) Caburé, en donde le regalaron la guía y lo invitaron a avistar halcones y lechuzas en el Parque Sarmiento.

Las hormigas negras trabajan arduo. Caminan en fila cargando los recortes de hojas al hombro. El guía las mira con ternura y las compara con sus primas hermanas del Litoral,  las hormigas ejército de Misiones. Las primas son letales, los demás animales de la selva se apartan a su paso, aterrorizados. Son tan voraces que se utilizan para la exterminación de plagas como las cucarachas.

Los encuentros de observación permiten un aprendizaje más didáctico sobre la biodiversidad. Para identificar las diversas especies de pájaros, los observadores tienen en cuenta el canto y la morfología interna y externa. Los machos son más coloridos para marcar el territorio o para competir con otros machos en una demostración de su material genético ante las hembras. Ellas, en cambio, poseen el plumaje en tonos claros o apagados para pasar desapercibidas ante las aves rapaces cuando empollan o permanecen en el nido; aunque, como en toda cuestión biológica, hay excepciones. Además, las plumas varían de acuerdo a la edad entre jóvenes y adultos.

En la Reserva Costanera en una sola visita se pueden hallar más de treinta especies de pájaros diferentes, entre ellos, el taguató común, de tal porte que parece un aguilucho, el picabuey con su característico pecho verde lima, el pepitero, la tacuarita azul junto a otros más pequeños como el sietevestidos y el piojito trinador más inquietos.  Todas figuran en la Guía de identificación de aves, una herramienta fundamental para los llamados cariñosamente “pajarólogos”.



***

La observación está vinculada a la valoración. Quien observa, conoce y, como dice el dicho, “no se valora lo que no se conoce”. A pesar de que muchos observadores se limitan a coleccionar imágenes de especies en un álbum, el avistaje abre la puerta al conocimiento y genera interés y preocupación por la vida silvestre. Las razones sobran, más del 10 por ciento de las mil especies que habitan en el país están amenazadas en algún grado.

Una herramienta de gran utilidad a la hora de saber cuál es el panorama de la biodiversidad en las distintas regiones del país son los censos de especies, que permiten definir el tamaño y distribución de población de especies que se encuentran en peligro de extinción.

Otro recurso es EBird Argentina, una plataforma en red de libre acceso para el registro de las observaciones de aves. EBird provee información actualizada de las aves contribuyendo al conocimiento ornitológico y a la conservación de las aves y sus ambientes. Allí los observadores de aves suben los datos relevados, esto representa un registro global y una estrategia de conservación. Es una de las expresiones de la ciencia ciudadana.

La población interviene cada vez más en la ciencia. Según Birdlife, la asociación reconocida como el líder mundial en la conservación de las aves, la ciencia ciudadana denomina a  los estudios realizados por un grupo de personas en la que trabajan científicos profesionales junto a los voluntarios.

Hay imágenes que no se borran. Los observadores relatan angustiados lo que sus ojos han visto: montes quemándose en el norte argentino, topadoras desmontando sin límites, campos agrestes convertidos en campos de monocultivo. Donde algunos ven yuyos y ratas, otros aprecian la biodiversidad.

En esa reconfiguración continua de un ecosistema en emergencia, la reserva Costanera Sur es un ejemplo claro.  Fue escenario de incendios durante muchos años, permaneció descuidada y desprotegida. Sin embargo, los pajarólogos se pusieron firmes y, tras numerosos reclamos, el espacio vuelve a ser una zona protegida que recibe millones de visitantes. Hoy las aves vienen y van en bandadas pasean, como los protectores del lugar, bajo el cielo porteño en este sábado de invierno.