Lavandina, sudor y lágrimas
por
Agustina Rojo
Entrar
a la guardia es chocarte con un mundo de voces, de llantos de bebés, de caras
aburridas, preocupadas y tristes. Y por sobre todo, oler vómito, caca, sentir
la dejadez y la muerte cercana.
Al
paisaje se suman fugaces ambos blancos y verdes, que corren de acá para allá,
las 24 horas del día.
Es
que en este hospital de Capital Federal, solo hay seis médicos de guardia, que
se rotan cada 12 horas para poder descansar algo. No hay ninguna ley que los
ampare: comer, ir al baño, echarse una siesta una vez cada tanto... Son lujos
que se alcanzan solo con un arreglo entre compañeros y gracias al trabajo en
equipo. Y, sino, que se arreglen.
Médicos,
ambulancieros, y conductores musitan sus críticas, pero piden mantener el
anonimato. Temen al sistema en el que (sobre)viven día a día.
Mirtha
es cirujana desde hace 40 años. Su mirada austera es lo primero que impacta.
Eso y sus llamativos rizos, que ocultan una cabellera lacia. Fría, práctica; a
la vista, parece una mujer impenetrable, el estereotipo de persona que ve gente
mutilada y entrañas todos los días de su vida.
—Empecé
a trabajar en una clínica chiquita, en Tigre, y me la vendieron como que era
tranquila… El primer paciente que tuve fue un atropellado por el 60. Así, de
una. Vos nunca sabés dónde está la urgencia.
Desde
jovencita fue especial. Lo que a otras chicas de su edad les horrorizaba, a
ella le parecía natural. A los 5 años cortaba a sus muñecos, los operaba y
volvía a coser. Más adelante, decidió subirse a la ambulancia, y nunca más
bajó. Hoy en día, trabajar en el SAME es su escape de la claustrofobia de las
guardias hospitalarias.
Para
cualquier persona, presenciar un accidente o ver un cadáver puede acarrear
traumas de por vida. A ella le tocó trabajar en el vuelo 3142 de LAPA, en AMIA,
Cromañón y en la masacre de Pompeya, entre muchos otros casos.
—Nombro
cosas muy conocidas porque salieron en todos los noticieros y todo el mundo lo
escuchó…. Pero hay casos más chiquitos que cuando le tocan a uno o a un grupito
familiar, no salen en ningún noticiero… Eso
también es un Cromañón. Una familia que muere en un incendio porque vino un
loco, los roció con nafta mientras dormían y les prendió fuego… Eso no es un
Cromañón. Pero ES un Cromañón.
—
¿Y fuiste alguna vez a terapia?
—Tal
vez debería haber ido. Pero no lo hice. No me di cuenta en el momento. Cuando
vos estás con un problema, en el momento no te das cuenta. Pero después cuando
lo ves a la distancia...
***
Al
sur de la gran ciudad se encuentra el hospital. Los pabellones viejos y venidos
abajo se mezclan con las estructuras más nuevas y de durlock. Paredes
agrietadas y despintadas se fundan entre el paisaje de árboles, papeles y
cemento.
En
el barrio donde el tango nació, varios hospitales llenan las manzanas. Una
línea de subtes incluso lleva sus nombres.
Roberto
luce cansado. Mira y participa en las escenas con una tranquilidad que se
contradice con el caos que le rodea. De mirada atenta y penetrante, no se le
escapa ningún detalle. Ronda los 40 años y lleva más de la mitad de su vida
ejerciendo la profesión. Su pelo entrecano y las ojeras oscuras dejan al
descubierto esa vida llena de sacrificios.
—Vos
fjiate... las mujeres en esta profesión jamás se casan. No forman una familia,
no tienen una pareja, no... No las entienden.
El
marcado acento pausado le obliga a aclarar que es de Bolivia.
—Para
los hombres es más fácil... Encontrar a una mujer que soporte este ritmo de
vida... Vivimos en el hospital. Sí, mi mujer lo sufre mucho... Yo no aguanto
más... Estoy harto de vivir con sus sospechas...
Roberto
tiene tres hijos. La menor apenas tiene unos meses. Se suponía que sería la que
iba a unir a la pareja, pero el médico, resignado, admite que sólo empeoró las
cosas.
—Llego
a casa y quiero estar tranquilo, y no me dejan. Estoy todo el día con pacientes
de acá para allá, llego y no quiero saber nada.
Sin
embargo, ahí está Roberto con más de 24 horas de guardia por delante. El escape
de los problemas es el mismo infierno que muchos temen; se convirtió, con los
años, en su hogar.
***
Frente
a los códigos internos, ver un extraño merodeando y preguntando provoca
sospechas y aprensión.
—
¿Vos, de dónde venís nena? ¿Sos periodista? -pregunta desde arriba de una
ambulancia un chofer con aire de bravucón.
—
¿Y ella quién es? No puede andar preguntando sin autorización, vas a tener
problemas -cuestiona más tarde con autoridad la jefa de residencia.
Lo
que tienen para decir, se mantiene silenciado.
Mirtha
descarta cualquier posible consecuencia con un movimiento de mano, como
negándolo.
—Cuando
te gusta mucho algo, te bancás un montón de cosas. Cuando tenés una jefatura
que te hostiga, que disfruta con tu malestar, entonces tenés que aguantar el
doble de lo que toleran los demás. Sobre todo en mi época, que yo entré como
residente de cirugía y casi no había residentes cirujanas. Puede haber
compañerismo, pero hay ambientes que son competitivos entre sí, buscan
serrucharte el piso constantemente -asegura por lo bajo, mientras despliega las
fotos de sus sobrinos en su celular simil Blackberry.
Las
mujeres, como residentes, tenían que hacer el doble de tareas, y mucho más
perfecto, que sus compañeros varones. Sino, las humillaban y castigaban.
—
¿Por qué tanto maltrato?
—Ah,
buena pregunta. Y cierta perversión habrá, no sé.
Mirtha
cuenta que trabaja con el mismo chofer, Luisito, desde hace años por una cuestión
personal. Reconoce, de forma reticente, que tiene mala relación con otro
chofer.
En
la mayoría de los casos, los choferes del SAME no tienen mayores requisitos que
una licencia de conducir.
“Luisito”
es el responsable de la ambulancia. De 57 años, pasó por todos los rubros
posibles. Actualmente es chofer y mecánico de autos. Pero también enfermero,
camillero, psiquiatra y guardaespaldas. Los médicos y la experiencia le fueron
enseñando y él, autodidacta, con el tiempo aprendió todo lo demás.
—En
el hospital donde trabajaba antes llegué a hacer 48 auxilios por día. Un
auxilio cada media hora. En este, 23 por día, aproximadamente. Pero están
aumentando... La gente se está avivando, ¿me entendés? El SAME es gratuito. Vos
llamás a tu obra social y tenés que pagar. La gente no llama a la obra social.
Nos llama a nosotros, entonces nosotros ya no hacemos lo que sería una
emergencia; nosotros estamos brindando un servicio de obra social, anginas,
sarna, resfrío, una gripe... porque es mas fácil que la ambulancia vaya a tu
casa. La gente sabe mentir para decir ciertas cosas y que la ambulancia vaya
rápido.
En
uno de esos casos, cuenta, terminó administrándole una Buscapina a un perro...
Dinamismo permanente.
—
¿Y accidentes viste?
—Ah
eso sí, lo que quieras, amputados, muertos, descerebrados, heridos de bala,
prendidos fuego; en el momento la mayoría de las cosas las llevo bien, y los
indigentes... eso es otra cosa que me mata. El olor...
No
aparenta la edad que tiene. Un collar a lo surfista de diente de marfil adorna
su cuello, visible a través de la seductora camisa abierta mostrando el pecho,
que combina con una incipiente calvicie disimulada con un flequillo ralo.
Respetuoso, pero de maneras directas dignas de su(s) oficio(s), el hombre
parece ansioso por denunciar lo que ve hace años.
—Hoy...
en bruto. Cuando llego a casa, cuelgo los huevos en el percherito y los agarro
cuando vuelvo. Porque no me quiero pelear con nadie, no me interesa. Te
insultan en todos lados. Llegás a una casa y te cagan a pedos porque dicen que
llegaste tarde, y vos te quedás sin saber qué hacer, porque yo, cuando me pasan
un auxilio, voy directo. Pero no puedo controlar el tráfico, o cuánto demoró la
central en pasármelo...
Tres
minutos tienen para salir desde que les pasan el auxilio. El paciente llama al
107, base operativa, que recibe el llamado y lo cataloga. Hay tres grados:
rojo, verde o amarillo, y define el hospital al que le corresponde salir, según
el radio zonal. Una vez catalogado, se lo pasan a la radio operadora del hospital;
luego, a la línea directa, quién recibe el auxilio y se lo pasa, por último, al
chofer. De ahí, a poner la sirena.
—La
ley te dice que no podés pasar semáforos en rojo y que tenés que respetar todas
las leyes. Pero a la vez te dicen que tenés máximo 7 min para llegar a
destino...
***
Muchos
dirían que lo más importante en este trabajo es ser fríos. Tomar distancia.
Para Mirtha, lo más vital es lograr empatía con el paciente.
—Yo
tuve la oportunidad de elegir, y elegí esto.
No tuve una familia. Pero hice lo que me gustaba. Quizás, sí, relegué un
poco mi vida...
Próxima
a jubilarse, planea su futuro. Piensa seguir con la línea de ambulancia,
pero... para mascotas.
—Me
falta conseguir un tubito de oxígeno. Tengo la camillita, el protector del
asiento de atrás. Lo estoy armando de a poquito. Puedo hacer masaje cardíaco,
poner oxígeno, poner inyecciones, vías...
Cuando
habla del proyecto y de sus cuatro perros y ocho gatos siameses, se le ilumina
la cara.
No
parece la misma persona.
***
El
hospital continúa su rutina. Un paciente del Borda es escoltado por dos médicos
que le suturan una herida en la cabeza, cerca del ojo.
Una
pareja preocupada pregunta por la guardia. El marido luce la mano derecha dos
veces más grande de lo normal: una herida de hace una semana no tratada.
Resultado, diez centímetros de pus, sangre e infección.
El
único que parece ajeno al bullicio que envuelve el lugar es un hombre de
aproximadamente 50 años. Quizás menos. Imposible saberlo. Vestido con unos
harapientos jeans y una remera, que alguna vez quiso ser blanca, duerme
pacíficamente en una camilla en medio del pasillo. Sin medicamentos, ni tubos
conectados, encontró en el hospital un refugio contra el frío. Lo dejan
descansar.
Mientras tanto, los fugaces ambos blancos y verdes siguen corriendo de
acá para allá, las 24 horas del día.