Lavandina, sudor y lágrimas

por Agustina Rojo


S
on las 9 de una mañana fría. Mirtha baja de la ambulancia a las corridas. Hace una hora que inició su turno. Deja atrás a Luisito, el chofer que conduce el vehículo. En la puerta se cruza con Roberto, quien hace 24 horas que no duerme. Lo usual. Será su reemplazo en el turno de la noche en la ambulancia, pero, mientras tanto, espera en el hospital.

Entrar a la guardia es chocarte con un mundo de voces, de llantos de bebés, de caras aburridas, preocupadas y tristes. Y por sobre todo, oler vómito, caca, sentir la dejadez y la muerte cercana.

Al paisaje se suman fugaces ambos blancos y verdes, que corren de acá para allá, las 24 horas del día.

Es que en este hospital de Capital Federal, solo hay seis médicos de guardia, que se rotan cada 12 horas para poder descansar algo. No hay ninguna ley que los ampare: comer, ir al baño, echarse una siesta una vez cada tanto... Son lujos que se alcanzan solo con un arreglo entre compañeros y gracias al trabajo en equipo. Y, sino, que se arreglen.

Médicos, ambulancieros, y conductores musitan sus críticas, pero piden mantener el anonimato. Temen al sistema en el que (sobre)viven día a día.

Mirtha es cirujana desde hace 40 años. Su mirada austera es lo primero que impacta. Eso y sus llamativos rizos, que ocultan una cabellera lacia. Fría, práctica; a la vista, parece una mujer impenetrable, el estereotipo de persona que ve gente mutilada y entrañas todos los días de su vida.

—Empecé a trabajar en una clínica chiquita, en Tigre, y me la vendieron como que era tranquila… El primer paciente que tuve fue un atropellado por el 60. Así, de una. Vos nunca sabés dónde está la urgencia.

Desde jovencita fue especial. Lo que a otras chicas de su edad les horrorizaba, a ella le parecía natural. A los 5 años cortaba a sus muñecos, los operaba y volvía a coser. Más adelante, decidió subirse a la ambulancia, y nunca más bajó. Hoy en día, trabajar en el SAME es su escape de la claustrofobia de las guardias hospitalarias.

Para cualquier persona, presenciar un accidente o ver un cadáver puede acarrear traumas de por vida. A ella le tocó trabajar en el vuelo 3142 de LAPA, en AMIA, Cromañón y en la masacre de Pompeya, entre muchos otros casos.

—Nombro cosas muy conocidas porque salieron en todos los noticieros y todo el mundo lo escuchó…. Pero hay casos más chiquitos que cuando le tocan a uno o a un grupito familiar, no salen en ningún noticiero… Eso también es un Cromañón. Una familia que muere en un incendio porque vino un loco, los roció con nafta mientras dormían y les prendió fuego… Eso no es un Cromañón. Pero ES un Cromañón.

— ¿Y fuiste alguna vez a terapia?

—Tal vez debería haber ido. Pero no lo hice. No me di cuenta en el momento. Cuando vos estás con un problema, en el momento no te das cuenta. Pero después cuando lo ves a la distancia...

***

Al sur de la gran ciudad se encuentra el hospital. Los pabellones viejos y venidos abajo se mezclan con las estructuras más nuevas y de durlock. Paredes agrietadas y despintadas se fundan entre el paisaje de árboles, papeles y cemento.

En el barrio donde el tango nació, varios hospitales llenan las manzanas. Una línea de subtes incluso lleva sus nombres.

Roberto luce cansado. Mira y participa en las escenas con una tranquilidad que se contradice con el caos que le rodea. De mirada atenta y penetrante, no se le escapa ningún detalle. Ronda los 40 años y lleva más de la mitad de su vida ejerciendo la profesión. Su pelo entrecano y las ojeras oscuras dejan al descubierto esa vida llena de sacrificios.

—Vos fjiate... las mujeres en esta profesión jamás se casan. No forman una familia, no tienen una pareja, no... No las entienden.

El marcado acento pausado le obliga a aclarar que es de Bolivia.

—Para los hombres es más fácil... Encontrar a una mujer que soporte este ritmo de vida... Vivimos en el hospital. Sí, mi mujer lo sufre mucho... Yo no aguanto más... Estoy harto de vivir con sus sospechas...

Roberto tiene tres hijos. La menor apenas tiene unos meses. Se suponía que sería la que iba a unir a la pareja, pero el médico, resignado, admite que sólo empeoró las cosas.
—Llego a casa y quiero estar tranquilo, y no me dejan. Estoy todo el día con pacientes de acá para allá, llego y no quiero saber nada.

Sin embargo, ahí está Roberto con más de 24 horas de guardia por delante. El escape de los problemas es el mismo infierno que muchos temen; se convirtió, con los años, en su hogar.

***

Frente a los códigos internos, ver un extraño merodeando y preguntando provoca sospechas y aprensión.

— ¿Vos, de dónde venís nena? ¿Sos periodista? -pregunta desde arriba de una ambulancia un chofer con aire de bravucón.

— ¿Y ella quién es? No puede andar preguntando sin autorización, vas a tener problemas -cuestiona más tarde con autoridad la jefa de residencia.

Lo que tienen para decir, se mantiene silenciado.

Mirtha descarta cualquier posible consecuencia con un movimiento de mano, como negándolo.

—Cuando te gusta mucho algo, te bancás un montón de cosas. Cuando tenés una jefatura que te hostiga, que disfruta con tu malestar, entonces tenés que aguantar el doble de lo que toleran los demás. Sobre todo en mi época, que yo entré como residente de cirugía y casi no había residentes cirujanas. Puede haber compañerismo, pero hay ambientes que son competitivos entre sí, buscan serrucharte el piso constantemente -asegura por lo bajo, mientras despliega las fotos de sus sobrinos en su celular simil Blackberry.

Las mujeres, como residentes, tenían que hacer el doble de tareas, y mucho más perfecto, que sus compañeros varones. Sino, las humillaban y castigaban.

— ¿Por qué tanto maltrato?

—Ah, buena pregunta. Y cierta perversión habrá, no sé.

Mirtha cuenta que trabaja con el mismo chofer, Luisito, desde hace años por una cuestión personal. Reconoce, de forma reticente, que tiene mala relación con otro chofer.
En la mayoría de los casos, los choferes del SAME no tienen mayores requisitos que una licencia de conducir.

“Luisito” es el responsable de la ambulancia. De 57 años, pasó por todos los rubros posibles. Actualmente es chofer y mecánico de autos. Pero también enfermero, camillero, psiquiatra y guardaespaldas. Los médicos y la experiencia le fueron enseñando y él, autodidacta, con el tiempo aprendió todo lo demás.

—En el hospital donde trabajaba antes llegué a hacer 48 auxilios por día. Un auxilio cada media hora. En este, 23 por día, aproximadamente. Pero están aumentando... La gente se está avivando, ¿me entendés? El SAME es gratuito. Vos llamás a tu obra social y tenés que pagar. La gente no llama a la obra social. Nos llama a nosotros, entonces nosotros ya no hacemos lo que sería una emergencia; nosotros estamos brindando un servicio de obra social, anginas, sarna, resfrío, una gripe... porque es mas fácil que la ambulancia vaya a tu casa. La gente sabe mentir para decir ciertas cosas y que la ambulancia vaya rápido.  
En uno de esos casos, cuenta, terminó administrándole una Buscapina a un perro... Dinamismo permanente.

— ¿Y accidentes viste?

—Ah eso sí, lo que quieras, amputados, muertos, descerebrados, heridos de bala, prendidos fuego; en el momento la mayoría de las cosas las llevo bien, y los indigentes... eso es otra cosa que me mata. El olor...

No aparenta la edad que tiene. Un collar a lo surfista de diente de marfil adorna su cuello, visible a través de la seductora camisa abierta mostrando el pecho, que combina con una incipiente calvicie disimulada con un flequillo ralo. Respetuoso, pero de maneras directas dignas de su(s) oficio(s), el hombre parece ansioso por denunciar lo que ve hace años.

—Hoy... en bruto. Cuando llego a casa, cuelgo los huevos en el percherito y los agarro cuando vuelvo. Porque no me quiero pelear con nadie, no me interesa. Te insultan en todos lados. Llegás a una casa y te cagan a pedos porque dicen que llegaste tarde, y vos te quedás sin saber qué hacer, porque yo, cuando me pasan un auxilio, voy directo. Pero no puedo controlar el tráfico, o cuánto demoró la central en pasármelo...

Tres minutos tienen para salir desde que les pasan el auxilio. El paciente llama al 107, base operativa, que recibe el llamado y lo cataloga. Hay tres grados: rojo, verde o amarillo, y define el hospital al que le corresponde salir, según el radio zonal. Una vez catalogado, se lo pasan a la radio operadora del hospital; luego, a la línea directa, quién recibe el auxilio y se lo pasa, por último, al chofer. De ahí, a poner la sirena.

—La ley te dice que no podés pasar semáforos en rojo y que tenés que respetar todas las leyes. Pero a la vez te dicen que tenés máximo 7 min para llegar a destino...

***

Muchos dirían que lo más importante en este trabajo es ser fríos. Tomar distancia. Para Mirtha, lo más vital es lograr empatía con el paciente.

—Yo tuve la oportunidad de elegir, y elegí esto.  No tuve una familia. Pero hice lo que me gustaba. Quizás, sí, relegué un poco mi vida...

Próxima a jubilarse, planea su futuro. Piensa seguir con la línea de ambulancia, pero... para mascotas.

—Me falta conseguir un tubito de oxígeno. Tengo la camillita, el protector del asiento de atrás. Lo estoy armando de a poquito. Puedo hacer masaje cardíaco, poner oxígeno, poner inyecciones, vías...

Cuando habla del proyecto y de sus cuatro perros y ocho gatos siameses, se le ilumina la cara.

No parece la misma persona.

***

El hospital continúa su rutina. Un paciente del Borda es escoltado por dos médicos que le suturan una herida en la cabeza, cerca del ojo.

Una pareja preocupada pregunta por la guardia. El marido luce la mano derecha dos veces más grande de lo normal: una herida de hace una semana no tratada. Resultado, diez centímetros de pus, sangre e infección.

El único que parece ajeno al bullicio que envuelve el lugar es un hombre de aproximadamente 50 años. Quizás menos. Imposible saberlo. Vestido con unos harapientos jeans y una remera, que alguna vez quiso ser blanca, duerme pacíficamente en una camilla en medio del pasillo. Sin medicamentos, ni tubos conectados, encontró en el hospital un refugio contra el frío. Lo dejan descansar.

Mientras tanto, los fugaces ambos blancos y verdes siguen corriendo de acá para allá, las 24 horas del día.