Fuego en la piel

Toda marca tiene atrás una historia.
Esta crónica recorre las cicatrices de Karina Abregú quien tiene más de la mitad de su cuerpo quemado debido a que su ex pareja, Gustavo Albornoz, la prendió fuego el 1 de enero de 2014.


por Victoria Fusco


 A Karina nunca le gustó festejar su cumpleaños. Ya desde chica. Cuando en 2002 se casó con Gustavo, su segunda pareja, no quiso fiesta ni nada. Quería ir al registro civil con los testigos, contraer matrimonio y después irse a su casa o a laburar. Tampoco deseaba celebrar el fin de año del 2013. Ella lo único que quería era estar tranquila.

Hacía un año que Karina Abregú y Gustavo Javier Albornoz estaban juntos y alquilaban un departamento cerca de la estación de San Antonio de Padua, al oeste del conurbano bonaerense. Vivían con los dos hijos del primer matrimonio de ella. Un sábado le avisaron que murió la abuela paterna de sus hijos. Flor y Lucas eran chiquitos y  querían ir a despedirla. Lloraban a lágrima viva.

—No vas a ir al velorio —le ordenó Albornoz, como ella lo llama actualmente.

—Yo tengo que ir, tengo que llevar a los chicos —contestó decidida.

Esperó a que su marido se durmiera, agarró unas pocas pertenencias y se escapó con sus niños a las 03:00 de la madrugada. Cuando volvió a su domicilio, el domingo a las 10 de la mañana, se encontró con toda su ropa, y la de los chicos, tirada en la calle. La juntaron y subieron por las escaleras.

—A ellos los encerró en una habitación y a mí me llevó a la que compartíamos nosotros y ahí me mató a golpes —recuerda como si hubiese sido ayer.

Esa fue la primera vez que Albornoz ejerció violencia física sobre ella.

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Gustavo era íntimo amigo de Carolina, una de las hermanas de Karina. Trabajaban los tres en Intermedic Sudamericana S.R.L. Ella había entrado a trabajar ahí cuando tenía 19 años.
En esa época, ya era rebelde: a los 16 se había enamorado de un tano que le llevaba 23 años. Una relación que sus padres no aceptaban. Pero a ella, “chispita y divertida”, eso no le importó. Se mudaron a Corrientes. Sin embargo, en esos tres años que estuvieron lejos de su familia, ella nunca dejó de extrañar a su vieja. Por eso, decidió volver y se reencontraron en un largo abrazo.

Con el correr del tiempo, si bien la relación con el tano le dio dos hijos,  se fue deteriorando. Aunque él no tomaba alcohol -como sí lo hacía el padre de ella- era violento, celoso y le hacía escenas cada vez que iba a la empresa.

—Albornoz entró a trabajar donde trabajábamos Caro y yo. Después de dos años más o menos, nos empezamos a relacionar. Yo en el medio me separo del papa de mis hijos. No fue difícil la separación porque él estuvo y me pudo dar una mano. Él se separa al poco tiempo que me separo yo y ahí empezamos la relación —reconstruye su pasado desde el comedor de su casa en Merlo.

Karina es de baja estatura, tiene ojos claros y el pelo rubio. Lleva una mirada pacífica, firme, directa.  Su voz es suave y a la vez segura. Albornoz es cinco años menor que ella, su contextura es mediana, su rostro tiene facciones cuadradas y sus ojos son oscuros. Los dos alquilaron un departamento próximo a la estación de San Antonio de Padua. Con el tiempo, construyeron una vivienda en Merlo.

—Nosotros vivíamos una vida de reyes. Los veranos nos íbamos 10 días con los chicos a la costa. Volvíamos de ahí, dejábamos a los chicos y nos íbamos nosotros dos, con un familiar, con un primo de él o con Caro, a Salta —rememora.

Karina asegura que nunca estuvo enamorada de él y que, de todas maneras, se quería casar. En 2002, fue a sacar fecha de casamiento a escondidas de él. No quería “ni fiesta, ni una carajo”. Cuando su pareja se enteró, pretendió ir a anularlo. Ella lo convenció y finalmente fueron al civil. Pero primero se comió una paliza de aquellas.

—Esa noche que nos casamos, hicimos una comida para la familia. Fue otro despelote y me cagó a palos de vuelta. Al otro día, hicimos una pequeña fiesta para los familiares de él, pero ese sábado en la fiesta, no tomó ni nada.

No lo hizo porque su suegra lo había denunciado por violencia, la noche anterior. En varias ocasiones, luego de que él le pegara, ella volvía nuevamente al hogar materno.

—Él me iba a buscar, y siempre como todo hombre hace el laburo fino de que va a cambiar, de que vuelva, de que nunca más me va a pegar. Pero no, eso nunca pasó. Siguió, hasta que uno lo va naturalizando. Se te hace normal —explica con crudeza.

Fueron 14 años de relación y 14 las denuncias realizadas en distintas comisarías. El machismo se demuestra en la desidia de las instituciones policiales y judiciales. Nueve denuncias en la 1° de Merlo, tres en la comisaría de la mujer del mismo distrito y dos en la comisaría de la mujer en Martínez, porque la violencia continuaba de su casa al trabajo en la localidad de Boulogne, al norte del Gran Buenos Aires.

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Los maltratos, las agresiones y los golpes no menguaban. La violencia y el alcohol siempre estuvieron presentes. Normales. Comunes. Naturales.

—En esos 14 años que yo estuve con él, no sabíamos lo que era terminar una fiesta en paz, porque todo era alcohol, todos se emborrachaban y todo terminaba en un quilombo. No sabía lo que era pasar un cumpleaños en paz.

Desde 2009, sus hijos - en vez de salir los fines de semana como cualquier adolescente - se quedaban para cuidar a su mamá. La convivencia siempre fue turbulenta y desde su inicio, para poder sobrellevarla, Karina empezó con terapias psicológicas y psiquiátricas. También deseó hacer terapia de pareja, pero él nunca quiso.

“Te vas a quedar sin casa y sin trabajo”, le decía de modo intimidatorio cuando, en el 2013, ella le comunicó que se quería divorciar. Las amenazas se agravaron aún más. Por ese motivo, ese año ella estuvo más complicada y tuvo que tomar más calmantes para estar relajada.

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 “La ola de calor más extensa de la historia”, tituló Página/12 una nota del 31 de diciembre de 2013. Por esos días, las temperaturas alcanzaban los 40 grados de sensación térmica y Karina no tenía ganas de celebrar el año nuevo. Ella solo anhelaba paz.

—Ya había hablado con Albornoz y le dije: “yo no voy a festejar, así que hacé lo que quieras. Lo único que te pido: yo quiero estar tranquila, si querés ir a pasar las fiestas con tu familia, no hay problema, andá”. Al principio me dice que sí, pero a las 19:00 llega con un montón de comida y me entero que viene con su familia a pasar acá, a Merlo- —recuerda.
Le agarró un altibajo tremendo. Se acuerda que su padre estaba en el patio, cerca de la pileta que preparaban todos los veranos. Ella lloraba de la angustia. Su hija, que estaba por ir a la casa de su novio, tuvo una mala sensación y por eso le advirtió que si algo le llegaba a pasar a su madre, “iba a pagar todo muy caro”. Esa tarde discutieron mucho.

Por la noche, Karina tomó sus remedios, lució una blusa de seda y cenó con la familia de su esposo. A la 01:00 de la madrugada se fue a recostar a su habitación. Sin embargo, ella sabía que la velada iba a terminar como siempre.

—Yo era la boluda que tenía que llevarlos a todos a sus casas, porque como todos tomaban nadie podía manejar -se indigna.

A las 05:30, él la va a buscar a su dormitorio para que lleve a sus familiares a sus respectivos domicilios, en el barrio Libertad, a 15 cuadras de Merlo.

—Pero como yo me negaba a levantarme, me sacó de los pelos de la cama, me desfiguró la cara a trompadas, y así y todo fui a hacer dos viajes. Él fue de acompañante. Más allá de lo que me había pasado - que era muy natural y común el estar golpeada- dije no importa, cuando lleguemos a casa se va a dormir en el asiento del auto - como siempre lo hacía-, después se va a levantar y va a hacer de cuenta como que nunca pasó nada.

Regresaron. Karina entró el auto al garaje, se bajó rápido y procuró adelantarse a Albornoz. Pero en un descuido, él ya estaba frente a ella. Forcejearon en el patio. La parrilla estaba cerca. Y allí, todos los accesorios que utilizaron para hacer el fuego del asado que habían cenado.

Se lo quería sacar de encima y dio un giro como para agarrar algo. En ese  instante, sintió algo frío en su cuerpo.

—Qué hijo de puta, pensé.  Me tiro agua fría, y cuando me doy vuelta ya siento el calor y era que me había prendido fuego. Habrá durado todo unos segundos. Fueron dos o tres segundos  en los que él me suelta, porque me tenía agarrada del pelo, y corro y me tiro a la pileta, que estaba llena —describe la madrugada más fatídica de su existencia.

El alcohol tiene un intenso olor. Pero de los nervios que tenía, confiesa que no lo pudo distinguir. Se tiró sola, él en ningún momento la ayudó. Se salvó por sus propios medios.
Sobrevivió.

—Entro al living, me saco la remera que tenía puesta, porque al ser de seda, eso hizo que me chupe todo. Yo la peor parte la tengo en el pecho. Me arranqué la remera, mojé una toalla, me envolví y le dije llevame al hospital porque me estoy muriendo.

—Anda a acostarte porque ya se te va a pasar, no te voy a llevar —le decía Albornoz, que no la quería asistir.

Lo convenció. La llevó al hospital Eva Perón de Merlo. Pero antes obligó a Karina a llamar a su madre para que le diga que se había intentado suicidar. Jamás le creyeron. Su hijo Lucas, que estaba en Tortuguitas, fue el primero en llegar. Como en el Hospital de Quemados no había lugar, en cinco días la trasladaron al Sanatorio Figueroa Paredes de Laferrere ya que por la gravedad de sus quemaduras requería un lugar de alta complejidad.
El 55% de su cuerpo estaba quemado.

Como ella trabajó 21 años en negro, la empresa gestionó una obra social que le cubriera los seis meses de internación. Pero cuando le dieron el alta la despidieron por teléfono. La echaron de su primer y único empleo.

—Hasta una semana antes de que  me den el alta, me iban a visitar. Cuando llamo para reincorporarme, me dicen: “no podés venir porque hay una perimetral entre vos y Albornoz”, debido a que mi ex trabajaba conmigo.

Gustavo, el primer mes, la iba a visitar y después la hermana habló con los médicos para que le negaran la entrada. En febrero de 2014, la justicia allanó la vivienda de Merlo y se llevaron a su ex esposo, quien solo estuvo detenido 33 días, después de que la jueza Lucía Casabayo lo excarcelara. La familia Abregú consiguió un abogado recién en abril de 2015, ya que por cuestiones económicas no podían pagarlo. Alejandro Bois se puso al frente de la causa sin cobrarles un peso.

Karina, que denunció a su ex marido por irrumpir la perimetral más de 16 veces, se reencontró con él a fines de abril de 2016, cuando comenzó el juicio en los Tribunales de Morón. El acusado por intento de femicidio llegó en libertad.

—Verlo a él nuevamente fue toparme otra vez con todos esos años de violencia, ver su cara de hijo de puta ¿no? —señala con seguridad.

Por fin, el 25 abril de 2016, luego de más de dos años de lucha, Gustavo Javier Albornoz, fue condenado a 11 años de prisión inmediata por “intento de femicidio” por el Tribunal en lo Criminal N° 1 de Morón.

—Albornoz está detenido por toda la movilización durante el juicio, por todo el tiempo que estuvimos en las redes sociales difundiendo el caso de Karina, gracias a las mujeres y a las organizaciones —revela su hermana, Carolina Abregú, con la garra que la caracteriza.

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Desde el 2014, con la ayuda de su hermana Carolina, Karina le puso el cuerpo a la lucha. Se levantó de la cama; salió de la depresión; denunció las violencias propias y ajenas, esas que se ejercen en todas las instituciones: judiciales, sanitarias, gubernamentales y policiales. Porque se dio cuenta que esto no le pasaba solo a ella, sino que a miles más.

Karina convive con la violencia machista todos los días de su vida. Su piel está roída por el fuego. Carcomida. Destruida. Las operaciones –que son más de 30- hacen su efecto, pero las heridas aún duelen. Cinco años de operaciones reconstructivas le quedan, todavía.

A Gustavo solo le dieron 11 años de cárcel. La justicia y los medios no consideran que sea un femicida, solo porque no la mató. Sin embargo, en los seis meses de internación, ella nunca salió de terapia intensiva y peleó por su vida hasta que pudo volver a nacer. Porque resistió, a pesar de la desesperanza de los médicos.

—Hay días en que no tenemos para comer. Nos mantenemos a mates, pero con la alegría de saber que me voy a despertar y me voy a levantar viva. Hoy yo me voy a dormir en paz, sabiendo que no duermo con el enemigo. Eso no se cambia por nada —expresa con confianza.

Las pesadillas que tiene con Albornoz continúan. No quiso ser una asesinada más que aparece en la tapa de los diarios. Se negó a morir. La rebeldía, a flor de piel.