El pueblo que se olvidó de las mujeres

por María Victoria Alarcón

Acá está la cocina. En la heladera tenés las verduras y las carnes. Los aderezos y demás condimentos están en ese estante- detalló la dueña de un conocido restaurante de General Las Heras.


Mónica asintió.

—Lo importante es que los platos salgan rápido y bien. Ya te vas a acostumbrar. Tenés que venir de miércoles a domingo de 11 a 17 y de 19 a 2,30 de la madrugada. Y el pago son $60 el día ¿Alguna pregunta?

—Si- respondió Mónica con cierto nerviosismo.

—Te escucho- le contestó su futura jefa.

— ¿Hay posibilidades concretas de estar en blanco?, tengo cinco hijos y necesito la obra social.

—No, ¿Aceptas o no?

Respiró profundo. Sintió otra vez deseos de gritar, en treinta años nunca había conseguido un trabajo en blanco, pero realmente necesitaba ese empleo. Necesitaba la plata.

— ¿Cuándo empiezo?

***

General Las Heras es la cabecera del partido homónimo, situada al noreste de la provincia de Buenos Aires, a la vera de la Ruta Provincial 40 (ex RN 200), a 67 km de la Ciudad de Buenos Aires y a 120 km en línea recta de la ciudad de La Plata. La cantidad de habitantes, según el censo de 2010, es de 14.889: 7.614 son mujeres y 7.275 son varones.

Sin embargo, en los últimos años su población ha crecido considerablemente a causa del arribo de cientos de porteños en busca de tranquilidad. Hoy se habla de más de 17.000 habitantes, pero no hay números oficiales al respecto.

El casco urbano de la ciudad cuenta con miles de árboles ubicados a ambos lados de las calles. Se destacan los añosos plátanos, arces, fresnos, castaños, tilos, nogales, catalpas, jacarandás y acacias.

La plaza principal incluye un monumento central del prócer de la independencia, Juan Gregorio Las Heras; una fuente, que durante algún tiempo funcionó con un sistema de lluvias con efectos de luces y peces de colores; una amplia variedad de árboles, entre los que sobresalen los cedros, las magnolias y los jacarandas; juegos para niños y una glorieta.

A su alrededor, las calles construidas con empedrado de granito dan marco a la iglesia católica, la escuela primaria N° 1, la municipalidad, los sitios de comida, los comercios, y los dos bancos del pueblo.

***

Se sentía ridícula con esa camisa que le apretaba los brazos, apenas se podía mover, pero era lo más formal que tenía en el placard. Eran cuatro los que realizaban las entrevistas, uno de ellos, el Gerente. Lo sabía porque había leído su cargo en el prendedor que llevaba en el pecho. Iban 20 minutos con el candidato anterior y, sin más uñas que morderse, ella seguía esperando.

La puerta se abrió y los cuatro hombres vestidos de traje se fueron.

— ¿Florencia?- preguntó una chica joven asomada desde la misma puerta.
Ella se levantó del cómodo sillón  e ingresó a la oficina.

—Tomá asiento por favor. Soy Ruth de Recursos Humanos. La verdad es que tenés un curriculum muy bueno, con el perfil que estamos buscando, pero el Gerente de la compañía entrevistó y eligió al candidato anterior.

— ¿Por qué? Soy Técnica en Industrias Agroalimentarias y tengo experiencia en el área.
—Lo sé. Ambos cumplen con los requisitos.

— ¿Entonces?

—Él es hombre

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Por su extensión de 760 kilómetros cuadrados y su bajo índice poblacional, el  Partido de General Las Heras es un área rural por excelencia, donde priman los trabajos de agricultura y ganadería.

Pero una fuerte política de beneficios impositivos a las empresas para conseguir disminuir las tasas de desempleo y promover la contratación de vecinos de la localidad, impulsó la radicación de varias industrias en la zona.

Mondelez Internacional, Frigorífico LH, Frigorífico First, Bayer, Agroindustrias Baires, Megafund, Cabaña Argentina, Lácteos Barraza, y Venier son algunas de ellas.
Todas las compañías deben obligatoriamente contratar personal oriundo del pueblo. Por ejemplo, la usina de Lácteos Barraza cuenta con 1.500 empleados provenientes de Las Heras y las localidades vecinas de Navarro, Marcos Paz y Mariano Acosta, de los cuales sólo tres son mujeres. Dos se desarrollan en el área de limpieza y una en la administración. Tres de 1.500.

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Inés se había ido a vivir sola. Después de diez años de limpiar casas y cuidar chicos, había conseguido un trabajo en una veterinaria para trabajar en su área, la administración agropecuaria.

No es casual que la mayoría se desarrolle en el ámbito agrario. Durante muchos años, el Instituto de Formación Docente y Técnica del pueblo, promovió los estudios del ámbito rural, asegurando que de esa manera conseguirían empleo.

— ¿Cuándo me vas a blanquear?- preguntó Inés por tercera vez ese año.

—Ahora no es buen momento. Estamos atravesando una situación complicada-le respondió su jefe.

—Lo mismo me dijiste hace meses- reprochó Inés.

—Mira Inés, si no tenés ganas de trabajar, decímelo y busco a otra- fue su respuesta.

Inés guardó silencio, respiró profundo y reprimió su bronca. No valía la pena discutir por un derecho que le correspondía y que no pensaban otorgarle.

Tuvo que volver a la casa de su familia porque no llegaba a fin de mes. Trabajaba nueve horas por $3.200, incluso los feriados y los fines de semana.

***

En este pueblo, rural e industrial por excelencia, no existen estadísticas, ni cifras oficiales respecto al porcentaje de mujeres empleadas en el trabajo formal, y menos aún, el informal. 

En este pueblo, ubicado a poco más de 60 kilómetros de Capital, no existen políticas públicas orientadas al género. Las Heras funciona como repelente para las mujeres profesionales. No hay lugar para ellas. Deben huir.

Otras se quedan: hay psicopedagogas, atendiendo tiendas de ropa; trabajadoras sociales, repartiendo golosinas en kioscos; maestras jardineras, sirviendo mesas en los restaurantes y diseñadoras de indumentaria, al frente de bares.

Los hombres no profesionales, que representan un porcentaje mayoritario de la población, cuentan con una veintena de fábricas para desarrollarse y, aunque muchos desempeñan la misma función por 40 años, los emplean en blanco y con buenos salarios.

Las mujeres profesionales, en cambio, resignan sus años de estudio y sus títulos universitarios para trabajar de lo primero que salga, o se vuelcan a la docencia y pelean por cubrir una suplencia de dos días. Una escena que se repite año tras año.

***

Frustración. Esa palabra resumía lo que Victoria sentía en ese momento. Llevaba sentada en esa sala de estar al menos quince minutos. Estaba vestida, maquillada y peinada para la ocasión, pero estaba harta.

Ella había elegido una carrera social, había optado por la comunicación, aunque con 24 años y una casa que mantener, descubrió que las palabras no podían llenar la heladera, ni pagar los servicios o el alquiler.

Seis años se había pasado en la universidad (y todavía le restaban materias). Seis años de madrugones y viajes interminables para terminar en ese sillón en busca de un empleo relacionado a la administración y la logística.

—Hola Victoria. ¿Cómo estás? Sentate- le indicó la mujer de Recursos Humanos.
La conocía por su trabajo en el único periódico del pueblo que la había convertido rápidamente en “la chica del diario”. Aunque algunos también recordaban su nombre, pese a que no firmaba sus notas: no se lo permitían. Ni si quiera figuraba en el staff. La periodista fantasma.

—Cuando vi tu curriculum, me sorprendí. Sé que no es tu área. Contame ¿por qué te interesa trabajar con nosotros?

Sin importar lo poco que le concernía el empleo, Victoria le respondió con el discurso que había armado respecto a lo importante de la compañía y lo espectacular que sería ser parte de la misma. Pero más allá de la perorata, ella se sinceró.

—Quiero una estabilidad económica: un trabajo en blanco, un buen salario y un horario de entrada y otro de salida.

—Bien Victoria, te hago unas preguntas de rutina y listo:

— ¿Estas en pareja?

—Sí.

— ¿Hace cuánto?

— 7 años.

— ¿Tenés planes de tener hijos?

—No.

— ¿Qué método utilizas como precaución? ¿Tomás pastillas anticonceptivas?

—Si- contestó con aparente serenidad pero por dentro estaba gritando.

—Bueno Victoria. Eso es todo. En estos días te llamamos.

Al día siguiente la llamaron a ella y otro candidato al que curiosamente no le habían hecho las “preguntas de rutina”. Ambos hicieron el psicotécnico y una práctica en Excel. A ella no la volvieron a llamar.

***

Hay quienes creen en las casualidades y quienes hablan de causalidades. Dos semanas después de la entrevista, Victoria estaba luchando con un destapador y una botella de vino en el restaurante donde había conseguido empleo como moza.

—Vi, tenés mesa- le avisó su compañera que venía haciendo malabares con una bandeja.

—Gracias. Ya voy.

Dejó de intentar abrir el vino y fue a agarrar dos cartas para la pareja que estaba en la mesa 5.

Mientras se acercaba, le llamó la atención la mujer. Su cara le parecía familiar: era quien la había entrevistado para el puesto administrativo.

Al principio, trató de evadir su mirada. Le dejó las cartas y les relató el acostumbrado discursito que les decía a todos clientes.

—Buenas noches ¿Cómo están? Les dejo la carta y les comento que como plato del día hay costillitas de cerdo con salsa de mostaza y miel y batatas al horno.

La mujer no aceptó su propuesta y pidió pastas. Ella ya no pudo evitar cruzar su mirada, la observó y no consiguió descifrar si sus ojos reflejaban lástima o culpa, pero no expresaban un sentimiento bueno, como si con “sus preguntas de rutina” hubiese roto alguna convención del género.

La ignoró y continuó atendiendo. La mesa 8 se había ocupado por dos integrantes del gabinete municipal. Les soltó el mismo discurso, hasta que uno de los comensales la interrumpió:

 —Vos sos multifacética. No solo me entrevistas y escribís, sino que también me das de comer.

—Hay que sobrevivir- le respondió. Respiró hondo y siguió hasta que llegó la hora de cerrar.