Con barrotes, sin barreras

Un equipo de internos del Penal de Devoto adapta libros para personas ciegas. Cómo se relacionan computadoras parlantes  y bastones blancos con el centro universitario que funciona puertas adentro de la prisión.

por Matías Villalba


Los enormes muros que separan Bermúdez al 2600 del interior de la cárcel recuerdan a los de un castillo medieval. Del lado de afuera, bolsas de almacén repletas de comida y elementos de higiene aguardan en manos que tiemblan por la baja temperatura. El sol ya salió hace casi dos horas, pero el frío viene ganando la batalla de esta mañana.

Dos elementos son necesarios luego de ingresar al pequeño hall que separa la entrada del resto del Complejo Penitenciario Devoto, DNI y obediencia a la autoridad. El reducido grupo de custodios con cara de bulldog se encarga de copiar los datos personales de los ingresantes. Los bulldogs también revisan el interior de bolsas y mochilas sin tocarlas: usan uno de esos tecnológicos escáneres que sólo habitan en aeropuertos y películas.

Carlos García es ciego. Es el primero en llegar, como siempre. Él, Gladys Benítez y Eugenia Anapios vienen a dar clases al Centro Universitario Devoto. Es la segunda de este cuatrimestre y esperan que, a diferencia del viernes anterior, no los hagan esperar demasiado en el hall. Dictan una materia de accesibilidad, inclusión y derechos de personas con discapacidad en el marco de lo que es, desde este año, una diplomatura en Gestión Sociocultural. Es decir que tiene mayor peso.

El hombre de delantal blanco parece, a primera vista, estar en el lugar equivocado. Es el único que se anima a desafiar el gris prolijo del traje que todos los custodios llevan. Sin embargo, trabaja allí. Es quien guía al equipo docente hasta el Centro Universitario. El delantal blanco va a la cabeza, camina por varios pasillos y atraviesa tres portones con barrotes custodiados por más hombres de gris. Cada uno de ellos devuelve con amabilidad el “buenos días” y observa a Carlos y a su bastón blanco alternativamente.

Internos y externos le llaman CUD al centro. Un poco por ahorro de palabras, otro poco por cariño. Con la módica suma de dos oídos bien atentos, los muchachos hacen de guías turísticos a cualquier nueva cara que ingresa. El centro no es demasiado grande: cuatro aulas dispuestas a los lados de una sala de informática que comparte centralidad con el patio, una biblioteca con algunas decenas de obras bien ordenadas, un baño. Dos aulas más y una oficina administrativa.

El Programa UBA XXII que lleva educación universitaria a las cárceles nació en 1.985. Desde entonces 3 mil presos pasaron por el programa y unos 500 se graduaron, tanto en Devoto como en las demás prisiones donde funciona la iniciativa: las unidades 3 y 31 de Ezeiza y el penal de Marcos Paz. A pesar del esfuerzo de la universidad, sólo el 2% de los internos accede a ella a nivel nacional.

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Además de varias carreras y talleres, en Devoto se hace una revista. Se llama “La Resistencia”, el pequeño caballo de batalla cultural que condensa distintas ideas y expresiones de los internos que estudian en el CUD. Carlos García recuerda que en 2012, el grupo que fabrica la revista pidió ayuda para pasarla a audio y de esa manera hacerla accesible para personas ciegas.

–En vez de grabar en audio, ¿por qué no digitalizamos el texto? – había inflado el pecho Carlos al redoblar la apuesta. Así fue que nació el Centro de Producción de Accesibilidad (CPA). Los muchachos primero aprendieron a digitalizar y corregir textos. Más tarde, un taller de audiodescripción. Se interesaron por la discapacidad auditiva y de ahí surgió un taller de subtitulado y hasta uno de lengua de señas.

Hay un gallego al principio insoportable para algunos, pero luego simpático para la mayoría. Se trata de la voz robótica más famosa en la comunidad de ciegos: el lector de pantalla Jaws. El lector lee en voz alta todas las palabras que aparecen en un monitor. Así acceden las personas ciegas a la lectura, además de con el reconocido sistema braille, cada vez menos utilizado por el avance de la tecnología.

Sin embargo, en ese mismo beneficio que les brinda el Jaws, está la desventaja: para leer de manera fluida, el gallego necesitará que el texto no contenga errores de ningún tipo. ¿Qué sucede si los tiene? Debe ser corregido por una persona que ve. Esa es una de las misiones que lleva adelante el CPA con la colaboración de la Asociación Civil Tiflonexos.

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Los personajes que esa mañana todos quieren tener cerca son dos: el mate y la pequeña estufa eléctrica que sirve más para dar una sensación mental de calor de lo que realmente emana. Cuatro muchachos llegaron ya en el CPA para la clase de accesibilidad. Con el llamado de Ariel al resto de los estudiantes que todavía circulan en alguna parte del Centro Universitario, el número ascenderá en pocos minutos a dieciséis.

–Lo característico del CUD de Devoto es que es un espacio donde hay mucha iniciativa por parte de los muchachos. Valoran ese espacio, hay un respeto constante, como que siempre están atentos a que vos te sientas bien – enfatiza Marina Heredia, que trabaja en la Secretaría de Extensión de Filosofía y Letras. Es, además de antropóloga, una de las coordinadoras del CPA.

Eugenia Anapios tiene 22 años. Lleva las uñas de un celeste que tira a violeta. Cabello largo algo despeinado y atado a una colita, mirará a Carlos García atentamente a lo largo de la clase y cruzará las piernas al estilo indio sobre su silla.

Más tarde viajará en el 142 que va al centro de la Ciudad de Buenos Aires en la misma posición.

–Hoy vamos a ver formas de generar accesibilidad – arranca Carlos. Por su rostro pasaron peine y afeitadora: su cabello perfecto hacia atrás y una tímida barba de pocas horas lo delatan. Las líneas blancas de su pulóver gris se combinan con la sombra de los fierros que interrumpen la luz solar que entra desde el patio. Los fierros fueron puestos en la única porción del patio por donde se ve el cielo. No vaya a ser cosa que alguien olvide que está en la cárcel.

“Barreras”, “participación” y “derechos” son algunas de las palabras que danzan en la exposición de Carlos y que Eugenia anota en el pizarrón. Los estudiantes copian, algunos son inquietos, mueven los pies. Anaranjadas, negras, azules y verdes, los miembros del público presente despliegan gran variedad de zapatillas deportivas. Nike y Adidas se reparten el mercado. Aparte de eso, cada uno lleva una bolsa de almacén repleta.

–¿Qué hay en las bolsas?

–De todo un poco, cosas personales y materiales de estudio... Pero cuando el SPF busca, te revuelve todo y hay cosas que se pierden – Facundo protesta contra las requisas que cada tanto  hacen los guardias del Servicio Penitenciario Federal. Tiene 24 años, casi dos en Devoto, cabello bien corto y una campera de Boca Juniors. Ceba mates desde antes que los docentes llegaran al CPA.

La presencia de la Facultad de Filosofía y Letras, de quien depende el centro de accesibilidad, está marcada. Literal. “FFyL” está escrito con liquid paper en la parte de atrás de uno de los monitores que se utilizan para corregir textos. En algunas sillas, el termo y la pava se leerá “Filo”, el apodo que con cariño pronuncian sus estudiantes.

Extracurricular. Esa era la categoría que tenía el curso de accesibilidad que dicta Marina junto a Carlos, Eugenia y Gladys. Ahora forma parte de la diplomatura. Marina recuerda que cuando empezaron, los asistentes eran 3 o 4. Hoy, si bien los años multiplicaron a los estudiantes, el problema que se mantiene es la imposibilidad de contar con un grupo fijo.
–Lo que sucede en Devoto es que la población va variando mucho, por el tema del proceso judicial propio de cada uno. Esto es un problema en términos de continuidad del proyecto porque siempre es un volver a empezar –. Y así trabajan los docentes, con nuevos estudiantes que ingresan al curso y viejos (no tanto) que dejan de asistir.

–A veces les impiden la bajada...

–¿Qué es la bajada?

–Es que ellos vayan de los pabellones al centro universitario. A veces pasaba que la policía no incluía a alguien en la lista y esa persona no bajaba o tenía algún evento judicial...
Marina lamenta las dificultades. Teoriza otro poco sobre las coincidencias que existen en la estigmatización del sujeto preso y la persona con discapacidad. Se emociona y mira hacia arriba cuando algo de lo que cuenta le agrada. Al trabajar en Devoto, siente que le devuelve a la sociedad, una parte de lo que la universidad le dio.

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–¿Existe eso? – se sorprende uno de los muchachos, el de saco blanco como una nube. Carlos García había nombrado los semáforos sonoros para ciegos como un ejemplo de adaptación. Ya hablaron de los problemas de acceso en los edificios para personas en sillas de ruedas. Del manejo de un ciego en un supermercado. Y hasta de un veto de Macri en 2012, cuando era Jefe de Gobierno porteño, que impidió que los semáforos sonoros se extendieran en otros sitios de la Ciudad.

Con la ronda de preguntas, la clase termina. Sin embargo después de hora aparecen otros muchachos en el CPA. Entre ellos está Mateo, que esa mañana tuvo problemas para bajar al centro universitario. De edad tiene 29 y en Devoto está hace dos años y dos meses. Mateo le comenta a los docentes que justo esa mañana la policía decidió hacer las calificaciones, es decir, el sistema de puntos que permiten o niegan la bajada a un interno.
–Hoy las calificaciones están negativas o igual que antes. Vos podés aceptar o apelar la calificación. En ese caso, los profesionales de cada área se juntan y lo discuten. Pero hay gente que siempre sigue con la misma calificación.

–¿Quién decide la calificación?

–El SPF.

El que comenta Mateo es un problema de siempre. Para llegar al puntaje que les permita seguir estudiando, el Servicio Penitenciario les ordena una serie de objetivos en un cierto período de tiempo. Como es de esperarse, en ocasiones es una misión imposible.

–Por eso pedimos que bajen los objetivos o que aumenten el tiempo para cumplirlos.

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La clase termina, Carlos y compañía se despiden. Dos o tres muchachos los acompañan hasta el portón de entrada al centro: el límite estricto es ese. Los docentes tomarán la línea 142 a dos cuadras y media del penal y si bien los tres bajarán en Corrientes y Pueyrredón, el destino de cada uno será diferente. Por esa misma esquina, hace breves minutos pasó Gustavo Ramírez con su bastón blanco. Vive a cuatro calles y dos casas de allí, en un primer piso.

Gustavo desconoce el color, desconoce el brillo, los conoce a su manera. Es ciego de nacimiento. Está sentado frente a un escritorio. Prende su computadora portátil. “Jaws 13 listo”, lo saluda el lector, y lee todo lo que aparece en pantalla. Más tarde entrará a la biblioteca virtual Tiflolibros a través de su página web y buscará un nuevo texto corregido en el CUD por Facundo y Mateo.