La travesía: del mar Báltico al Río de La Plata


(Año XIV Número XIV - 2014)

Nacer en un país del Norte de Europa y terminar viviendo al Sur de América. Esta es la historia de Juta. Es la historia de una identidad dividida por la Segunda Guerra Mundial, que erradicó miles de personas del viejo continente.

Por Ayelén I. Torres


   Es domingo, son las dos de la tarde. En lo de Juta Uibopuu esto significa que es hora de dar los últimos retoques al almuerzo que preparó para su familia. No sabe cuántos ni quiénes vienen, pero ella espera. Y cocina como para comedor comunitario. Barrio de Villa Sarmiento, conurbano bonaerense, a dos cuadras de Avenida Gaona está el hogar de esta mujer estoniana de 81 años que hace 65  es argentina.

  La casa es como la dueña. Y como Estonia. Acogedora, alegre y un contraste entre la historia y la tecnología. Justo al lado del avión de guerra hay un aparatito que Juta usa cada vez que va al supermercado para escanear los productos que compró y así acumular puntos. Ya canjeó una minipimer, una sandwichera y dos tostadoras. Atrás del enorme LED que está apoyado sobre una desvencijada cómoda de la segunda guerra mundial, hay una pequeña vitrina llena de minibotellitas de vidrio de todo tipo de licor, aguardientes, agua mineral y gaseosas, provenientes de variedad de países. Muestras gratis, coleccionadas por Otto, el difunto marido de Juta, antes marinero. En el living comedor, al costado del gigante escritorio repleto de fotografías del pasado,  está la computadora de pantalla plana donde la sobreviviente de la segunda guerra mundial mira sus mails, abre su facebook y habla por Skype (invento estoniano) con su medio hermano de Suecia. Si la guerra no pudo con ella, la tecnología, menos. Antes de ir a dormir hace unos minutos de bicicleta fija, como le recomendó el médico, mientras mira la novela.

-No me mandaste las vidas que te pedí en el Candy Crush- Le recrimina a la menor de sus nietas, una chica de 23 años. Rubia, igual que su hijo y su hija, igual que sus otras tres nietas y su único nieto varón. Se ríe. Muestra toda su dentadura, y achina sus minúsculos ojos. Ojos sin cejas, celestes pero grises, como cielo tormentoso. Esa nieta, soy yo.

***

  Desde que tengo memoria, Estonia es una palabra conocida para mí. Tengo que decir: Estonia, Letonia y Lituania, cada vez que alguien me pregunta, para que pueda situar el país que alguna vez estudió en la escuela como parte del trío de países bálticos. Y sí. Mi familia no venía de España o Italia, como la de la mayoría de mis amiguitos de la primaria y secundaria. Para mí, Juta y estoniano son y siempre fueron palabras de lo más comunes. Atender el teléfono en la casa de mi abuela y que alguien del otro lado me hablara en estoniano no era sorpresa para mí.

  Juta tiene dos hijos. Andrés, mi tío, y Mónica, mi mamá. El mayor heredó los ojos celestes de todos, y la menor sorprendió con verdes. Crecer como hijos de un matrimonio estoniano no fue fácil.

-Cuando era chico como que me daba un poco de vergüencita, porque ser extranjero entre todos naturales, es como que me sentía raro. En vez de haberlo aprovechado, capitalizado desde el lado positivo es como que me sentía diferente, bicho raro. Yo no quería ser bicho raro, quería estar en el montón. Nunca le saqué provecho a ser rubio de ojos celestes, en realidad- Cuenta Andrés, rubio, alto, ojos celestes, lentes sobre el pelo. Se ríe y se toca la barbilla mientras habla. Su hermana asiente mientras lo escucha. Ella se siente igual.
-De chica, el tema de arrancar el colegio, no saber el idioma, te hacía como más retraído. A esa edad uno anda más en masa… Con los años me di cuenta, empecé a valorarlo, pero era como un poco tarde. Para mí mi casa no era nada especial y todas mis amigas venían y “tu casa es divina, tu casa es mágica”.

***

  Cuando no es domingo, Juta sale a comer con “las chicas”, va a inglés, a yoga y a gimnasia, y se junta a jugar al bridge con sus amigos de la casita de jubilados. A veces se va de viaje a conocer o repasar regiones y rincones de Argentina. Ella sola baña a los enormes perros, limpia la casa, y recoge los frutos de los árboles del jardín. También hace las compras. Va y vuelve caminando, con las bolsas a cuestas.

–¿Y quién lo va a hacer, sino?- Por lo menos la convencieron para que use changuito.
  El aroma de los fideos al horno con carne, salsa secreta y salchichas alemanas envuelve la cocina, y reúne a los presentes en torno a la mesa, alrededor de las tres de la tarde. Amuchados, tres de sus nietas, un novio, su nieto varón –el más chico, el favorito- su hija, su hijo y esposa, arrasan con todo lo que hay en la pequeña mesa redonda de la cocina.

-Que no sobre nada, eh.

 Esa es la consigna. Todo se come. Afuera, dos perros esperan ansiosos los huesos y las sobras.

***

  21 de septiembre de 1944. Estonia. Luego de la ocupación alemana, finalmente entraban los rusos. Había que irse. Con un padre militar y una madre que cocinaba y lavaba para los alemanes, no parecía quedar otra opción. La amenaza de ser deportado a Siberia los acechaba. Juta, una niña de once años enterró sus juguetes para que no se los robaran los rusos, y sin mirar atrás se marchó.

-¡No nos fuimos, nos llevaron!- Corrige impetuosa. Los llevaron. Juta fue llevada con su mamá y Enno, su hermano, cuatro años menor que ella. Su papá…

-Se fue a casa, preparó la lancha que tenía y cruzaron con nuestra lancha, a Finlandia. Mi papá y mi mamá estaban medio ahí, en separación, porque mi mamá tenía un novio alemán. Y mi papá siempre fue mujeriego. Papá estaba en la milicia en ese momento, en gendarmería. Y él ya se fue de ahí con la madre de Vello y otros a Finlandia, con la lancha.

   Vello es el hermano de Juta. Medio hermano por parte de padre. Mediana estatura, cabello canoso con forma de cepillo, panza de homero Simpson, y risa contagiosa. Nació en Suecia quince años más tarde que ella, producto de la unión entre Mihkel (Miguel) Uibopuu y la mujer estoniana con la que se escapó a Finlandia, Hulda, 18 años menor que él. Se conocieron en el 89, cuando Juta viajó a sus tierras natales por primera vez desde que las dejó. A partir de ese momento se vieron varias veces, y la relación fue creciendo. Se llevan espectacularmente. Después del 89, Juta viajó cuatro veces más a Estonia. Siempre visitó a su hermano en Suecia.

***

  Estonia es un país al norte de Europa. Limita con Rusia y con Letonia. Está a orillas del Mar Báltico. Durante siglos fue una tierra disputada por suecos, alemanes, rusos, daneses, entre otros. Pero los rusos fueron sus mayores rivales, y es al día de hoy que esa gran grieta sigue abierta. Se independizaron de ellos recién en 1991. En 1989 lucharon por su independencia cuando hicieron una cadena humana de aproximadamente 2 millones de personas tomadas de las manos, midiendo casi setecientos kilómetros a orillas del Báltico, atravesando Estonia, Letonia y Lituania. “La independencia cantada”, la llamaron. O “Baltic Way”. Cantada, porque  en estos países, la música forma parte de la identidad. Fue una revolución pacífica que dos años más tarde les dio la independencia.

  Estonia es pequeña, alegre, y llana. Su elevación más pronunciada es de 300 metros. Cuando el sol se esconde al final del día por el horizonte del Báltico, también es dueña de los atardeceres más increíbles del mundo.

Tiene mucha población arriba de los 60 años. En su mayoría viven solos. Cuidan su jardìn, andan en bicicleta, usan internet, hablan por skype y esas cosas. Ahora empiezo a entender todo.

***

   Juta busca el pasado con los diminutos ojos tormentosos clavados en la ventana por la que entra el sol de domingo por la tarde.

-Había que ir donde te llevaban. Primero llegamos al corredor de Polonia, que en ese momento estaba en manos de los alemanes. Ahí nos pusieron en los trenes y fuimos a Austria, en la frontera con Italia. Mi mamá estuvo trabajando en el bosque, talando árboles. Arriba de las montañas, las nubes pasaban por abajo. Parábamos en campamentos de refugiados. Éramos los parias. Nos hacían desnudar y hacer fila para bañarnos, y cuando nos enjabonábamos nos cortaban el agua. Así se divertían un poco los alemanes- Carcajada.

-¿Y vos cómo te sentías?

Se hace un silencio. Juta mira el vacío, o quizás el pasado. De sentimientos no habla, sólo de hechos.

-¿Y cómo me voy a sentir? No era Disney, pero ¿de qué servía que dijera cómo me sentía? No ayudaba.

  Juta fue al colegio en Salzburgo, Austria. En 1948, más de cuatro años después de haber dejado su hogar, su mamá consiguió Visas para que los tres pudieran ir a América, sin saber dónde podrían llegar a caer. El 15 de febrero de 1949, finalmente llegaron a destino.

-Íbamos en barco por todos los países a ver dónde nos dejaban bajar. Y bajamos en Argentina.  Estuvimos quince días en el hotel de inmigrantes. –Explica Juta.

  El hotel de Inmigrantes, en barrio Porteño de Retiro, era de paso obligatorio para todos los inmigrantes de la época en la Argentina peronista. Ahora, está convertido en el Museo del Inmigrante y se puede visitar toda la semana.

-Era como una Vivienda comunitaria. Como cien personas viviendo en una habitación. Y después venían patrones a buscar trabajadores, y emplearon a mi mamá para que trabaje en una pensión italiana. Yo vaciaba a la mañana las escupideras de los hombres, donde hacían pis a la noche. Un matrimonio polaco me dijo que yo no podía seguir ahí, que ese no era lugar para mí, y me llevaron a cuidar sus hijos.

  Juta cuidó chicos, ayudó a su mamá con la costura, trabajó en Philips. Rindió los exámenes libres de la primaria, hizo cursos de contabilidad y de enfermería, trabajó en una fábrica de cubiertos, y en 1962 se casó con Otto, un estoniano que conoció por conocidos de conocidos. Hizo un curso de apicultura, tuvo abejas, vendió miel. Tuvo dos hijos argentinos, cinco nietos argentinos. Amigos argentinos. Amigos estonianos que murieron, otros que volvieron.


-Me siento más argentina porque estuve viviendo más tiempo acá. Pero se dice que un estoniano es como un árbol. Está en la tierra, firme, con las raíces.