Juan Carlos de América



(Año XV Número XV - 2015)


No es Roberto Sánchez, pero sí es Sandro. Hace 50 años que Juan Carlos Andrizzi intenta vivir en la piel de otro, en la de su ídolo máximo: El Gitano. De vendedor de garrapiñadas en Lanús a uno de los dobles más reconocidos del cantautor.



Por Fabián Calabró

Y ahí estaba él, en el Teatro Flores. En el mismo lugar donde suelen tocar bandas de la escena local e internacional. Esta vez era su turno. Con unas patillas prominentes a lo San Martín, un jopo con sobredosis de fijador, unos anillos exuberantes que ocupan todos sus dedos, un moño rojo y un saco del mismo color que perteneció al recordado Roberto Sánchez.

Ahora yo soy Sandro  -aclara Juan Carlos al micrófono, como si hiciera falta.

El ambiente se oscurece, suenan los primeros acordes y el público se compenetra. Menea la pelvis con una sensualidad que ya se pasó de su fecha de vencimiento. Con la mano izquierda sostiene el micrófono, mientras con la derecha arranca a frotarse su pierna en una acción frenética.

Luego, le sumará el famoso gesto de Sandro: su movimiento con el brazo temblando que subirá hasta taparse la cara.

Solo en el escenario. Él frente a la multitud que no pagó para ver su show, sino por ser parte de esta “Bizarren Fest”, una fiesta de disfraces que incluye un repertorio de famosos olvidados en el tiempo.

 Rosa, Rosa, la maravillosa… -empieza a cantar.

Globos, papeles y un juego de luces lo transforman en él.

Está en el centro de la escena. Es la figura.

Durante este rato, Juan Carlos Andrizzi es Sandro y todos se lo van a creer.

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Juan Carlos Andrizzi, alias “Pinta”, como lo habían apodado debido a su impecable estilo para vestirse, hoy tiene 73 años y hace casi 50 que intenta vivir en la piel de otro, en la de su ídolo máximo: Roberto Sánchez, más conocido como Sandro.

Sandro, alias “El Gitano”, fue una especie de rockstar originario de la música popular argentina ya que, además de sus facetas de cantante y actor, fue uno de los propietarios de “La cueva”, lugar emblemático donde se comenzaron a forjar los cimientos de este estilo musical. Por allí, frecuentaban artistas de la talla de Lito Nebbia, Moris y Tanguito, entre otros.

Roberto Sánchez, tal como figuraba en su DNI,  fue de los primeros en animarse a cantar rock en español, algo impensado hasta el momento –en 1965 fue el debut de su banda “Los del fuego” en el programa “Sábados Circulares”-. Hoy es posible encontrar esquirlas de su obra en distintos trabajos musicales y en gran variedad de artistas disímiles entre sí.

“El Gitano” grabó 52 discos y fue protagonista de 16 películas.
“Pinta” conoció a su referente el 18 octubre de 1967 en el “1er Festival Buenos Aires de la Canción”. El ídolo se acababa de coronar con el tema Quiero llenarme de ti.

 Algo me iluminó. Yo lo escuchaba cantar a él y lloraba. Me conmovió tanto que tuve que decirle: Maestro, quiero ser como usted –contará años más tarde.

Desde entonces, entabló una relación de amistad con su espejo a seguir. Él tenía 25 años y Sandro, 22. En 1970, compartieron el set de filmación de la película Muchacho donde Sánchez era el protagonista y Andrizzi uno de los extras utilizados durante el rodaje. Su imagen aparece durante tres segundos en pantalla.

En esas jornadas de rodaje, Juan Carlos obtuvo el trabajo que lo marcaría de por vida: ser Sandro. Con su escaso metro sesenta y su aspecto retacón, actuó de señuelo para despistar a las fanáticas que atosigaban al ídolo popular.

 Después de haberlo reemplazado, me llevó a comer con él a La Boca, a la cantina Spadavecchia. Ahí el dueño quería que canté él pero, al final, me mandó a mí al escenario. 30 años me mantuve haciendo shows ahí en la zona -revelará orgulloso.

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Juan Carlos se crio en el conurbano bonaerense, al igual que su ídolo oriundo de Valentín Alsina. Andrizzi jugaba en las inferiores de Los Andes, en el club de su barrio, Lomas de Zamora. Pero no se sentía realizado. Su sueño no era lucir una camiseta roja y blanca sino vestirse como “el Gitano”.

A principios de los años 60, en el andén de la estación de Lanús del Tren Roca, había formaciones que partían, otras que llegaban y un mar de gente que buscaba lugar en las viejas máquinas. Durante muchos años, hubo un hombre con saco y moño, listo para trabajar. Pero él no viajaba, sino que vendía garrapiñadas, pochoclos y otras minucias para pasar el rato.

Chistes, canciones y su estilo particular de vestimenta lo fueron convirtiendo en un personaje clásico de la zona sur. Sabía que debía llamar la atención para empezar a hacerse notar.

Luego de varios años, Juan Carlos pudo vivir de su pasión: cantar. No es un virtuoso, ni mucho menos. Sus shows son un canto al esmero. El apoyo del mismo Sandro fue fundamental ya que le regaló diversos objetos y atuendos utilizados en shows anteriores. Así se hizo propietario de un célebre saco rojo, un smoking negro y gran cantidad de anillos, entre otras cosas, y se mudó a San Justo. Ya no vivía en penumbras.

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Sus primeros minutos de fama llegaron en los 90, la época de la pizza con champán en Argentina. Una de las caras más famosas de la tv era la conductora Susana Giménez. De lunes a viernes, a las ocho de la noche, el país se paralizaba para ver lo que sucedía en su programa. Fue en ese mismo año que la producción organizó un concurso de imitadores de Sandro, amigo personal de la diva.

Con un smoking rojo sangre, y con un estado físico impecable, Juan Carlos fue pura pasión.

La conductora lucía un vestido negro con brillantes que hacía resaltar su blonda cabellera. Le festejaba todos los clichés y gestos que el imitador dominaba a la perfección.

Cual Messi enfrentando a jugadores amateurs en un picado, Andrizzi se lució entre tantas copias de mala monta. Solo necesitó una muchacha y una guitarra.

 Por decisión del voto telefónico y de la producción, mató el concursante número uuuuno.

La conductora lo proclamó ganador. Juan Carlos pasó de ser un hombre del under a ser coronado en pleno prime time.

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 Desde el Madison Square Garden, en la ciudad de Nueva York, asistiremos al primer recital que, vía satélite, brinda un cantante en el mundo y corresponde a América, el punto de partida en este tipo de espectáculos. Y lo hará brindando la música y las canciones de una las personalidades más importantes y avasallantes de este tiempo. Señoras y señores, con la orquesta dirigida por el maestro argentino Jorge López Ruiz, aquí está el ídolo de América… Sandro.

Con estas palabras lo presentó el gran conductor Cacho Fontana ante la multitud que lo aguardaba aquel 11 de abril de 1970 en el mítico escenario estadounidense.

Efectivamente fue el primer artista latino en lograr presentarse en el Madison Square Garden de la Gran Manzana. Con sus dos shows convocó a más de 50 mil personas.

Ya era una figura resonante en Argentina y en gran parte de América Latina pero con su incursión en el país del norte se recibió de ídolo. An american idol. A lo Elvis.

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De un costado de la plaza San Martín del partido bonaerense de San Justo, partido de La Matanza, venía caminando Juan Carlos, luciendo una impecable camisa roja que llamaba la atención a varios metros de distancia.

Además, cargaba una bolsa grande con el logo de uno de los comercios de la zona, que en su interior traía una serie de artículos periodísticos y fotos de él. No perdía oportunidad de exhibirlas con orgullo, su tesoro más preciado. En todos esos objetos se comprobaba su relación con Roberto Sánchez. 

— El Maestro siempre fue muy generoso con todos. Esto también fue regalo de él- contaba mientras lucía un anillo imponente y seguía revisando su archivo casero. Saludaba a casi todos los que se le cruzaban. No le importaba si lo reconocían, si conocían su historia o si sabían su verdadero nombre. No era necesario. La vida sigue igual.

Juan Carlos sabe que es el Sandro de San Justo.

Noches atrás, en el programa de mayor rating del momento, Showmatch, conducido por Marcelo Tinelli, acababa de bailar el empresario de la carne, Alberto Samid, junto a una exuberante rubia. Allí, el hombre intentó hacer un homenaje a Sandro que no resultó ser del agrado del jurado. Nacha Guevara, artista con inmensa trayectoria en los medios y ex candidata a diputada Nacional, lanzó una acusación que rozó el corazón de Juan Carlos.

 Los imitadores son todos malos, especialmente los de Sandro. Nadie puede ser como él.
Y ahí emergió su figura, a los gritos y al borde de las lágrimas, Andrizzi se hizo notar en el estudio.
La cámara se fue con él.

Su ilusión de ser reconocido estaba al alcance de sus manos. Marcelo Tinelli le estaba dando un lugar en el escenario donde la fama efímera y la llegada a la masividad es el motor de los personajes que se pasean por el estudio de Ideas del Sur.

 Sandro es mi vida -fue la frase que le salió del alma entre sollozos.

El conductor le ofreció pasar del otro lado del mostrador y lo invitó a su diestra. El musicalizador, rápido de reflejos, puso una cortina del “Maestro” y fueron todas cosas maravillosas que le podían regalar.

Con su saco negro, una camisa blanca y un moño rojo que combinaba con su infaltable pañuelo, Juan Carlos dejó su lugar en la tribuna junto a los personajes “bizarros” como el Mago Sin Dientes o un hombre vestido del Papa Francisco y pasó a ser una figura principal.

Al menos por un tiempo.

Se abrazó con Guevara, sellaron una reconciliación, y Tinelli se sacó una foto con él que, en cuestión de minutos, fue replicada por sus millones de seguidores en Twitter. Unos segundos después, Andrizzi se persignó, se acomodó las mangas y sedujo a la cámara.

Arrancó a cantar y, por un ratito, Sandro volvió a vivir.

Esa misma mañana, Juan Carlos había ido hasta Liniers, a la iglesia de San Cayetano, Patrono del Pan y del trabajo, a pedir una ayuda divina.

Había rezado para que esa sea su noche.

* * *

Cuando tenía 11 años, Mabel Armentia quedó fascinada con ese muchacho que conquistaba al público desde la pantalla grande. Un amor a primera vista.

Hoy tiene 57 y es una de los miembros más activos de la fanpage “Sandro de América” en Facebook, la cuenta que nuclea a más de un millón de seguidores esparcidos por todo el mundo.

 Verlo en escena era impresionante. Con un carisma y un ángel que hacía que todo lo demás quedara en segundo plano. Siempre te parecía que estaba cantando para vos. Te hacía sentir que estabas allí y que a él le importaba que estuvieras. Por eso fue el más grande.

Lo que diferenció a Sandro en la escena local fue la relación de eterno enamoramiento con sus seguidoras, sus nenas. Las que lo siguieron desde sus comienzos como rockstar y luego se incrementaron con su rol de baladista romántico.

 Me llamó por teléfono varias veces y nos invitó a tomar café en varias oportunidades. Siempre como fans. Ver a Sandro en escena era maravilloso pero conocer a Roberto Sánchez a mí me hizo quererlo todavía más. Era un tipo encantador, simpático, cálido, amable, un caballero -contó Mabel, haciendo hincapié en esa división de personalidad que el artista manejaba a la perfección.

Él era Sandro en el show. Una vez que volvía a poner los pies sobre la tierra pasaba a ser Roberto Sánchez, el mismo que nunca abandonó sus raíces.

—Juan Carlos Andrizzi es decididamente patético. La verdad es que los imitadores me parecen una manga de chantas que viven de la fama y el talento ajeno. O sea, para mí, Sandro hubo uno solo, los demás son casting. Si no está el original no me voy a conformar con una copia berreta de La Salada -sentenció Armentia, la vecina de Villa Lugano que hizo de su vida un culto permanente a la memoria del Gitano.

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4 de enero de 2010. Una ola de calor azotaba a Buenos Aires . De repente, el país quedó en penumbras.

Lamento comunicar que a las 20.40 hs. El señor Roberto Sánchez dejó de existir, debido a un shock séptico que se complicó por una necrosis intestino-mesentérica y una coagulopatía, rezaba el comunicado oficial.

Sandro ya no estaba en este mundo.

La espera del trasplante cardiopulmonar y la seguidilla de operaciones que había sufrido fueron un combo difícil de resistir para el hombre de 65 años.

Atrás quedaron las vigilias, las cartas, los mensajes, las promesas y las cadenas de oración con esa noticia que venía desde el Hospital Italiano de Mendoza.

Se estima que casi 100 mil personas lo fueron a despedir al Salón de los Pasos Perdidos del Congreso Nacional. Desde el Estado se proclamó un día de duelo.

Juan Carlos estuvo ahí, con un mundo de sensaciones a cuestas, y entonó algunos temas. Siempre con el saco rojo. Su obsequio. Su legado.

—Se había ido el más grande. Fui a acompañarlo y recordarlo con alegría. El tipo que marcó mi vida, le debo tanto -confiará Juan Carlos años más tarde en una plaza de San Justo con una bolsa de plástico llena de recuerdos.