Adopciones, el punto débil de la Ley de Matrimonio Igualitario


(Año XII Número XII - 2012)

Eduardo y Alberto, una pareja homosexual con tres chicos adoptivos y ganas de casarse. Ana y Romina, recién casadas, con una hija y planes de adoptar. Ambas historias demuestran cómo la Ley de Matrimonio Igualitario no garantiza aún todas las respuestas necesarias para generar una auténtica igualdad. 
Por Felipe Foppiano
Cuando Eduardo estacionó su coche en la puerta de aquel hogar de niños en Monte Grande, suspiró. Sabía que le esperaba un proceso de adopción largo y tortuoso. Adoptaría como soltero y ocultando su condición de homosexual. Alberto, su pareja desde hace varios años, tampoco existiría en el expediente. Estaba decidido. Desde hacía varios días, en su cabeza sólo había lugar para Leandro, de apenas tres años y, de seguro, infectado con VIH. Sus padres biológicos padecían de ese virus.
Eduardo y Alberto habían hablado sobre la posibilidad de adoptar en algún momento. “Teníamos la idea de adoptar a un chico que lo necesitara, pero nos acercamos al hogar sin ninguna intención de adoptarlo precisamente a él”. El proyecto de un hijo era para ellos una idea difusa hacia el futuro. Pero tomar contacto con la situación de Leandro, solo y enfermo, generó un apuro febril en Eduardo, que Alberto no alcanzó a comprender bien.
“Pasamos ese fin de semana con Leandro, se integró a la familia y provocó un shock emocional en todos”. Aún no había sido aprobada la Ley de Matrimonio Igualitario, pero Eduardo ya hablaba de “familia”.
***
A sus 45 años, Ana ya había abandonado las esperanzas de encontrar una compañera. Su divorcio fue complicado. Salir del clóset una vez casada creó un terremoto familiar que la alejó de muchos que, ante esto, mostraron la hilacha del prejuicio. “Menos mal que no tuvieron hijos”, fue lo último que escuchó de esos parientes. Irónicamente, Ana compartía esa opinión.
Todavía estaba sola cuando la necesidad de ser madre se le hizo imperiosa. “No sé qué me pasó, sólo pensaba en tener una hija. Lo deseaba como nunca antes había deseado nada”, cuenta Ana. A los 46 años, soltera y lesbiana, ese sueño no iba a resultar sencillo. “Nunca pensé en algún tratamiento de fertilización, donantes de esperma ni todas esas cosas”. El proceso de adopción fue largo. Además de las trabas burocráticas, Ana debió soportar más críticas de sus conocidos. “Lo que no soportaban -explica Ana -era la idea de que una mujer lesbiana pudiera ser madre, y además de una hija. No sé, creerían que le iba a ‘enseñar’ a ser gay”.
Años más tarde, la adopción de la bebé pudo finalmente concretarse. Hoy, Paloma tiene 4 años. Madre e hija disfrutan de una relación sana, de mutuo aprendizaje. Pero el proceso iba a traer más sorpresas: apareció Romina y, junto a ella, la posibilidad de tener una compañera de vida. 
***
A la voluntad de adopción de Eduardo y Alberto, le esperaba una dura prueba. Leandro no venía solo. Junto a Alejo de 5 años y Gabriela de 2, conformaban un trío de hermanos que no deseaban separarse. La discusión en la pareja se hizo agria. Una adopción triple de niños, posiblemente portadores del VIH, estaba demasiado lejos de lo que habían soñado. “Nunca van a darle tres hermanos enfermos a un hombre soltero”, argumentaba Alberto. “¿Ah, sí? ¿Creés que hay muchos matrimonios peleándose por adoptarlos?”, retrucaba Eduardo, siempre más decidido. La relación con Alberto se tornaba cada vez más distante.
***
Romina, de 42 años, es funcionaria judicial. Ella tuvo a cargo los estudios medioambientales de adopción de Paloma. Así conoció a Ana. En algún momento, la fría mirada profesional de Romina fue cediendo en favor de otros ojos. “Lo que me conmovió fue su enorme determinación por ser madre. La valentía para encararlo sola  no siendo ya tan joven”, evoca Romina. Aunque eso no sería lo único. “Me identifiqué con su historia. Yo supe que era gay a los 14, pero a los 21 me casé, siguiendo el mandato familiar. Romper ese matrimonio no fue fácil”. Según confiesa, una insuficiencia congénita en las trompas de falopio desató una crisis que dio un buen argumento para disolver el matrimonio, ocultando los verdaderos motivos. “Estaba sola, pero al menos era yo misma, hasta que conocí a Ana”, dice Romina.
***
Contra todo pronóstico, unos meses antes de concretar la adopción, sucedió el milagro: “Supimos que Alejo, Leandro y Gabriela no eran portadores del virus”, recuerda Eduardo. Una amplia sonrisa y un brillo especial en los ojos señalan lo que años atrás fue llanto y euforia. Eduardo y Alberto lloraron, se abrazaron y rieron durante un largo rato, desandando la distancia que se había instalado entre ellos.
***
“Por su parte, mi hija Paloma se lleva muy bien con Romina”, cuenta Ana, mientras mira a la niña que juega en el patio. Entre ellas se formó un vínculo especial, una relación de confianza y cercanía muy parecida a la de una madre y una hija. “Quizás las visitaba algo más de lo que me obligaba el juzgado”, acota Romina componiendo una sonrisa pícara, que Ana devuelve, cómplice.
Zonas grises de la ley
Desde aquella histórica madrugada del 15 de julio de 2010, la Argentina es el primer país de América Latina en legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo. La ley llegó para que uniones como la de Eduardo y Alberto; como la de Ana y Romina, y tantos otros, puedan alcanzar la misma dignidad que cualquier matrimonio convencional. Aunque todavía, en materia de adopciones, le quedan algunos puntos por resolver.
La abogada Carolina Von Opiela, experta que asistió legalmente a la primera pareja homosexual de la Argentina que logró casarse, explica estas falencias. “Cuando se dio el debate de la ley de Matrimonio Igualitario, había algunos artículos importantes que luego, al negociarse los votos, se fueron descartando”. Muchos de esos artículos aludían a  las adopciones. Y ése es, precisamente, el problema que enfrentan hoy Ana y Romina. Se casaron a los pocos días de sancionada la ley y hoy están deseosas de adoptar otro hijo. Como funcionaria de un juzgado, Romina conoce los enredos de la situación. “Paloma está inscripta con el  apellido de Ana. Para la ley, yo no existo en su vida, aunque con Ana estemos casadas”. En efecto, la ley de Matrimonio Igualitario no les permite inscribir a la niña como hija de ambas, pero ése no es el único problema. “Si ahora adoptamos como un matrimonio, nuestro segundo hijo tendría ambos apellidos. Por lo tanto, una identidad diferente a la de su hermana”. Von Opiela opina que “es terrible, porque esos chicos no tendrán  los mismos derechos y encima sufrirán un conflicto de identidad, y la identidad familiar es algo que la Ley de Matrimonio pretende resguardar en forma expresa”. Sin embargo, la doctora agrega que “por suerte, ya existe un proyecto de decreto de necesidad y urgencia que plantea la igualdad de la identidad para el anterior hijo respecto del nacido bajo la ley de Matrimonio Igualitario”.
***
Existen además otros factores de discriminación para los cuales una ley no puede ofrecer una respuesta adecuada. Como botón de muestra, Eduardo cuenta la problemática planteada con una docente de Leandro. Una maestra que “seguramente sabe a través de los chicos cuál es mi orientación sexual, porque yo nunca les pedí que mintieran”, explica. La maestra estuvo los últimos meses haciendo pedidos triviales respecto de cambios en los colores del forro de los cuadernos y en los útiles solicitados desde principios del año escolar. “Se dedicó a hacerme la vida imposible”. Eduardo entiende que “el problema de esta maestra es el prejuicio con mi elección sexual, que evidentemente, asocia al degeneramiento. Ella tiene la certeza de que yo abuso de Leandro”. En una de las reuniones de padres, la docente dio a entender que “iba a intervenir en el juzgado donde estoy tramitando la adopción”. Pero finalmente no hizo nada y Eduardo priorizó que sea una buena docente, ya que “Leandro está teniendo buenos resultados”.
Hoy, con el proceso de adopción cerca de finalizar, Eduardo prefiere no casarse con Alberto hasta que salga la paternidad plena. “Temo alguna zancadilla judicial”, explica. Y agrega: “yo adopté como soltero, pero Alberto crió a estos chicos conmigo desde el principio. Ahora, aunque nos casemos, él no tendría ningún vínculo legal hacia ellos”. Es por este tipo de casos que Carolina Von Opiela postula la necesidad de “una reforma integrada del Código Civil”. “Nuestro Código es un sobreviviente del siglo XIX. Lo que resta es modificar el régimen de filiación y el régimen de adopción.
***
Mientras tanto, los sentimientos se abren paso entre los fríos e impersonales textos legales. Los actos de amor, que las leyes no comprenden, batallan desde siempre por su derecho a existir. Las organizaciones de homosexuales informaron que recibieron datos de 177 parejas en todo el país en situación similar a la que viven Eduardo, Alberto, Ana y Romina. Y cada día se suman más. Juntas, forman un torrente incontenible que va rompiendo los diques de las leyes, del prejuicio, de los dogmas.
Amar, ser felices, formar una familia. Metas de vida que es justo que todos puedan luchar por alcanzar en forma igualitaria.