Cosiendo un futuro en Buenos Aires
(Año XII Número XII - 2012)
Cochabamba – Buenos Aires es una ruta migratoria cada
vez más frecuente y poco conocida. Edson y Janet llegaron a Buenos Aires con la
promesa de un trabajo “seguro y estable”. Se encontraron con un taller
clandestino que les retuvo gran parte de sus ganancias en concepto de alimentos
y vivienda. La historia de una familia que no reconoce las condiciones de
trabajo esclavo.
Por Ariel Roger Medina Candia
Decidir migrar fue la parte más fácil del viaje. Sin embargo, Edson y Janet
Zurita comprendieron muy pronto que no podían llevar su vida en dos bolsos. Por
lo tanto, dejaron 15 años de ventas en el mercado de Cochabamba, Bolivia y
“encargaron” los cuidados de su hija de 11 años a la abuela paterna. Según sus
planes, una vez instalados en su nuevo trabajo en Buenos Aires la familia se
reuniría otra vez. Buenos Aires les ofrecería una vida mejor.
Aferrados a la promesa de un “trabajo seguro y estable” y con dinero
prestado, viajaron alrededor de 44 horas. El tiempo y el sacrificio poco
importaban: aún les resonaban las palabras de su primo Marco que radicado en
Buenos Aires, les hablaba de la “abundante” Argentina. Dueño de un “próspero”
taller de costura, solía remarcar, la ausencia de “gente trabajadora” y sobre
todo “la buena plata” que aguardaba ser ganada, como así también, la
posibilidad de ayudarlos para radicarse, ya que él llevaba quince años viviendo
en el país. Olvidó aclarar que su taller funcionaba clandestinamente y
que sus costureros dejaban el puesto a los seis meses de llegar.
Trabajadores se exportan
La familia Zurita integró el 23% de bolivianos que migran por razones
laborales. Además confirma datos estadísticos que reflejan que dos de
cada tres familias cochabambinas tiene familiares en el exterior del país,
según una investigación realizada por el Consejo Interuniversitario de la Comunidad
francesa de Bélgica (CIUF) y el Concejo de Planificación y Gestión de
Cochabamba (CEPLAG).
El viaje de esta familia resultó algo más que una búsqueda de
oportunidades. La ruta Cochabamba-Buenos Aires es poco conocida. Pero
esta ciudad boliviana exporta mano de obra a otras partes del mundo.
Las mujeres van a España e Italia porque en esos países se demanda personal
para el cuidado del hogar, de niños y de ancianos. Los hombres, en cambio, son
más solicitados en Brasil, Argentina y Estados Unidos para trabajar en rubros
del comercio y la construcción. En tanto, los graduados universitarios
encuentran en Chile un salario adecuado a sus espectativas.
Buenos Aires es el destino preferido para la migración familiar por la
cercanía relativa, el costo del viaje y porque la mayoría tiene “conocidos” que
los alientan, ofreciéndoles casa y, en ocasiones, un trabajo asegurado. Lo que
no garantiza condiciones laborales adecuadas ni residencia en condiciones
de legalidad.
Edson yJanet forman parte de esta ruta continua que incrementó sus
viajeros desde la recuperación de la crisis del 2001 en Argentina. La Embajada
y el Consulado Boliviano carecen de estadísticas sobre la cantidad de
ciudadanos que ingresan a trabajar a la Argentina y, por tal motivo,
consideran dificultoso iniciar un programa masivo de “repatriación”
impulsado por el gobierno de Evo Morales. Esto se debe a que la mayoría ingresa
con visa turista para luego adquirir la “precaria” y trabajar estacionalmente
en un proceso de ida y vuelta, un fenómeno que estalló en 2008.
Taller clandestino “entre familia”
Buenos Aires impresionó a los Zuritda desde su llegada. La ciudad, las
autopistas y los edificios los asombraron. Pero no fue lo único. La primera
sorpresa fue entender que Lomas de Zamora no encajaba con los relatos del lugar
“céntrico y tranquilo” contado por Marco. El próspero taller resultó ser una
antigua casona. La habían acondicionado para que sirva como alojamiento. Y aún
había más…
Diez, once y hasta doce horas pasaba frente a la “Overlock”. Esa mesa
rectangular de casi un metro de largo servía como máquina de coser, mesa para
las comidas y lugar de descanso esporádico. “Las mujeres tenemos más habilidad
para la ‘Over’, porque es una máquina que va cortando la tela a medida que
costura”, explica Janet.
Edson, por su parte, usó la “recta”, como todos los hombres del taller, una
máquina de costura que sólo cosía sin cortar. De este modo, cada imprecisión o
falla podía corregirse sin necesidad de desechar el material.
Su jornada iniciaba entre las 5 y las 6 de la mañana, dependiendo de
su ánimo para hacer dinero. El pago se realizaba por prenda. Cada una podía
valer entre 80 centavos hasta cuatro pesos, en el mejor de los casos (todo
depende de la complejidad de la pieza).
“Los domingos salíamos a pasear si nos iba bien en la semana”. Cada uno
podía cobrar entre doscientos y seiscientos pesos, pero a esa suma se le
descontaban los gastos de “vivienda y alimentos”, según el cálculo del
dueño – jefe del taller.
“Yo vine traído por familia. Entonces no podía irme tan rápido, iba a
ser un desplante”, recuerda Edson. De este modo, pasó seis meses junto a su
esposa en el taller clandestino de Banfield, partido de Lomas de Zamora.
La ley argentina tipifica esas condiciones laborales como “trabajo
esclavo”, estableciendo sanciones a los promotores de estas prácticas como así
también a todo aquel que participe de forma indirecta como cómplice.
Pero en este taller no existen los elementos fundamentales para que la
justicia pueda intervenir de oficio. Nadie controla la salida ni el ingreso de
los trabajadores. Las puertas se mantienen siempre abiertas, sin estar
cerradas. Tampoco se controla la producción ni se exige una cantidad
estipulada. “Es familia”, dice Edson. Este vínculo es un fuerte mandato en la
cultura Boliviana. Quizás por eso nadie denuncia, y las peleas y reclamos se
mantienen al margen.
El primo lejano de la familia prometió la tramitación de la documentación
argentina correspondiente para la radicación definitiva. Se limitó a sacar “la
precaria”, una documentación válida por 190 días que autoriza a los migrantes a
trabajar durante ese tiempo.
Tres meses pasaron y “la precaria” se venció. La tramitación del DNI nunca
continuó: ahora sí eran oficialmente “ilegales”. “Marco tenía todos nuestros
papeles. Si le preguntábamos, se hacía al sonso, dejaba pasar”, comenta Janet.
Los meses transcurrieron. La llegada de Aida, su hija, los apuraba.
Pronto la familia se reencontraría y no había avances en la situación legal de
los padres.
La ley 25.871 establece los deberes y obligaciones de los migrantes
que arriban al suelo argentino. Pero también los protege de este tipo de
prácticas. Las penas llegan hasta los 4 años para todos aquellos que promuevan
o retengan documentaciones ajena y entorpezcan la regularización de los
extranjeros.
A pesar de contar con todos los elementos necesarios para realizar una
denuncia, Edson decidió “salir por las buenas”, según sus palabras, aunque
reconoce que tuvo que decirle que lo iba a denunciar para que le devuelva los
papeles.
Aida, la salida y la ilegalidad
Con 12 años recién cumplidos y pocas sonrisas, llegó Aida a Buenos Aires
acompañada por un familiar que también había sido arrestado por las falsas
promesas del taller de Marco. Pisó suelo argentino para reencontrarse con sus
padres y así fue.
Edson y Janet la recibieron en un dormitorio alquilado en Pompeya y con una
situación económica medianamente estabilizada gracias a la venta
ambulante de mercadería. Estaban ansiosos por ver a “su hijita”. Pero
ella no era la misma que habían despedido en Bolivia.
Mira desde lejos a la nada: prefiere esperar sentada del otro lado de las
prendas en el puesto de turno. Sola y sin hablar. La gente que pasa la esquiva
e intenta no pisarla. Sus padres parecen ignorarla hasta que pronuncian su
nombre que demanda la atención de algún posible cliente.
A tres mil kilómetros
de su hogar continúan con su oficio, pero esta vez infringiendo la ley,
aunque con un saldo positivo por los ingresos obtenidos, a pesar de la
precaria actividad. Con frecuencia les confiscan la mercadería por infringir el
código contravencional de la Ciudad. El tiempo les enseñó a evadir muchos
controles y también la legalidad. Los padres atienden a los turistas, Aida
ayuda pero parece no reaccionar. No hay llanto, ni risa: están en Buenos Aires
y a ella le da igual.