Si los sapos hablaran... Hoy: el alcohol en gel

(Año IX Número IX - 2009)

En medio del caos que causó la influenza A, una historia de superación nos da la esperanza de que hasta en los peores tiempos siempre hay una salida. Con ustedes, el alcohol en gel.

Por Laura Culot

Yo era un infeliz. Mis días estaban confinados a lugares grises, metálicos, azulejados. Siempre solo, sumido en la total depresión. Para colmo, mi profesión me impedía confesar mi fobia a la sangre y eso entorpecía mis relaciones sociales. Pese a que jamás llegué a desmayarme, intuyo que mi palidez extrema era el motivo principal de la exclusión que padecía.

En plena melancolía, un día escuché en la radio que una nueva gripe se había desatado en México. Y de pronto me encontré imaginado qué pasaría si la situación se extendía a otros países del continente. “
Ojo con lo que deseas, no sea cosa que se cumpla”, me interrumpió la voz de mi conciencia.

Lo que sucedió después ya es conocido: la gripe A llegó a la Argentina. El caos fue total, la falta de control y seguimiento de posibles casos contribuyó a que este mal se expandiera sin problemas a todas las capas sociales. Estábamos en el horno. El Gobierno comenzó con campañas televisivas para prevenir el contagio y cuáles eran las medidas de higiene a aplicar: lavarse las manos durante 20 minutos, no llevarse las manos a la boca u ojos, para estornudar taparse con el brazo, para toser taparse con el brazo o pañuelo o pulóver o lo que esté al alcance, pero NUNCA con las manos.

Para ese entonces mi fama ya había despuntado y no iba a parar más. Se calcula que la demanda de alcohol en gel se incrementó en un mes en un 1000 por ciento en promedio. Guillermo Bustos, CEO de Farmacity, dice que antes de la Influenza A se vendían “1.000 unidades de alcohol por día, mientras que ahora se venden 35.000”.

Fui el sustituto perfecto del agua y jabón. Es más, ¡el agua y jabón llegaron a ser sustitutos míos! Comenzaron a producirme a granel, las góndolas de las farmacias estaban abarrotadas y como toda Ley de economía clásica, cuando hay mucha demanda, la oferta cae y el precio se dispara.
Mi vida cambió completamente, dio un giro de 360 grados, comencé a viajar en carteras, bolsos, mochilas, bolsillos, etc.
Mi lugar preferido era la cartera de la mujer, un sitio siempre lleno de cosas nuevas e insólitas, en una de ellas conocí a un francesito que al principio parecía medio engreído porque la dueña lo cuidaba mucho, lo acomodaba para que no se rompiera. Pero en pocos días ya estábamos como chanchos.

No había edificio, dependencia, hogar, institución ni organismo que no me tuviera colgado en todos sus pasillos. Pero... se presentó un problema, no soy hipoalergénico. Ya me estaban difamando, sobre todo las madres que veían enrojecer y resquebrajarse las manos de sus hijos. Cuando difundieron cómo prepararme en forma casera, se produjo la hecatombe y no hubo crema que se resistiera a mis encantos.

Ya soy toda una
 celebrity, aunque la fama costó. Nunca voy olvidar cómo me hicieron morir de frío arriba de una mesa durante las elecciones legislativas, ni las acusaciones en mi contra, desprestigiando mis cualidades desinfectantes. Prefiero pensar que estos malos tragos son el precio que uno tiene que pagar. Mientras tranto, me encuentro posicionado en el mundo antibacterial y antiviral sin ningún opositor capaz de hacerme sombra… por ahora.