Especímenes - Ser futbolista hoy



(Año IX Número IX - 2009)

Lejos de entrar a la cancha con el cuchillo entre los dientes, los jugadores actuales son obsesivos de la estética y el cuidado personal. Con ustedes, el “metrosexual de la pelota”.







Por Juan Britos
Le duelen los ojos, los dedos y, un poco, el nervio ciático de tanto jugar a la Play Station con su compañero de cuarto. El mensaje de texto de su novia “botinera” lo despabila de la inercia tecnológica y le recuerda que la vida es un trámite que requiere de cierta burocracia. Para matar el tiempo, elige Internet. La ventana al mundo.

Tras un moderado almuerzo, sube al micro escuchando el reproductor de audio que trajo del último viaje por Europa. Ensimismado, observa al resto de los mortales que caminan junto a sus familias, con una mueca de resignación.

Cumbia santafesina, “Bombón asesino”. Mascando chicle se pasan los minutos hasta arribar al estadio, que desborda de fanáticos cuyos rostros exhiben evidentes signos de violencia reprimida, lista para ser eyectada hacia los veintidós protagonistas, el rival y quien se interponga en el camino.

Apura el paso entre cámaras, micrófonos y preguntas de dudoso contenido. Aduladores de profesión, lo consultan por cuestiones que no hacen a la cosa. Pone la mejor cara y contesta con el cassette: “
e’ un partido muy difícil, ningún rival te regala nada, el ‘fubol’ se emparejó”.

Se alisa el pelo frente al espejo del camarín mientras su mano derecha esparce bronceador sobre el rostro tenso. El objetivo primordial es aprovechar el sol dominical para lucirlo por la noche en Esperanto. Ladeando la cabeza, que luego brillará bajo la atenta presencia de cuarenta mil gargantas fervorosas, observa a su compañero de equipo, que luce un torso tallado por la gimnasia y el cuidado profesional.

Siente envidia y admiración, un crisol de sensaciones que lo sumergen en un estado cercano a la impotencia. Pero no hay tiempo para desvanecerse frente a la realidad. Es hora del precalentamiento. El profesor llama y el grupo acude de inmediato. Vinchas negras por doquier, que prolijamente sujetan melenas y además sirven para presentar las marcas de turno que promocionan quién sabe qué cosa.

Antes de comenzar con el repiqueteo tradicional, chequea que el slip sea el adecuado en caso de quedar desnudo ante una multitud de enardecidos que solo desean el triunfo, pese a todo y pase lo que pase. Una promotora lo mira embelesada. Sabe que será suya, así es el destino. Exagera algunos movimientos para parecer aún más potente. La demostración de vigor es una cualidad que no puede faltar a la hora de la seducción. Terminada la entrada de calor, es hora de la charla técnica. Pero la mente vuela lejos de la postal táctica, atravesando las paredes del vestuario atestado de perfumes, cadenas de oro y remeras de diseño italiano.

La multitud anuncia con sus cánticos de guerra que la hora del match ha llegado. Tiembla el mundo y es momento de saltar al verde césped. Pero antes hay que supervisar que todo esté en orden: pelo, camiseta, botines fosforescentes. Todavía hay tiempo para chequear el celular por última vez y enterarse que por la noche habrá fiesta de la espuma. “Que garrón -piensa en silencio, mientras entrecierra los ojos y reza un Padrenuestro-. Se me va a arruinar el alisado”.